Los seres humanos manejamos distintos niveles de tolerancia
a las toxinas y, como dicen por ahí, lo que no te mata te fortalece. Pero ¿qué
tan alta debe ser nuestra tolerancia a la toxicidad?
Soportamos el veneno, muchas veces superando nuestros
límites, porque nos hemos acostumbrado a respirar y beber la ponzoña. Llega un
momento en el que debes decir “ya basta”.
Estamos tan adecuados al veneno que no queremos aceptar
cuando ya nos perjudica la salud. Las clases de desechos tóxicos que permitimos
nos rodeen son variados: actitudes pasivo-agresivas, comentarios desatinados,
opinar de cómo vive otra persona, amenazas contra la reputación, subestimación,
sentimiento de culpa, etc. El mejor antídoto es quitarse eso de raíz. Si algo
te lastima o no te hace crecer, bótalo. No es necesario que nos inyectemos, a
modo de heroína, el cianuro que nace en las otras personas con tal de no quedar
mal o ser aceptado.
La resiliencia nace del amor propio y del respeto. Pongamos
barreras que nos protejan de gases tóxicos que otras personas, ya sean
familiares, amigos, conocidos o enemigos emiten.
La vida propia es importante. Que nadie te diga cómo vivir
pues cada uno recorre su camino propio. Ya suficiente veneno generamos nosotros
mismos como para seguir bebiendo el ácido que otros secretan.
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