lunes, 30 de junio de 2025

Mi desnudez

 

 

 

Observo mi desnudez en el espejo. Veo mis ojeras, dignas de un panda. Detrás de ellas contemplo mis ojos verdes pardos: llenos de esperanza y un poco de nostalgia. Mis pestañas rizadas, tan raras en el rostro de un hombre, enmarcan mis ojos bajo mis escasas cejas. Puedo ver que tengo más de dos dedos de frente. Mi rostro continúa donde debería empezar mi cabello, pero él decidió abandonarme. Sus primeros indicios de huida fueron a mis 17 años. Debí ver las señales.

 

Bajo mi mirada un poco. Mis hombros son anchos y resistentes. Mi pecho amplio y cubierto de vellos canosos. Ese pecho, algo hinchado, cuida mi corazón, famoso por latir fuerte y confiado. Guarda muy bien las espadas que se clavaron y las benditas que intentan curar heridas. Desde mi interior proyecto una voz potente que llega al interior de otros.

 

Veo la esfera que ocupa el lugar de abdominales, también cubierta de vellos. El buen apetito se nota. Pero que no los engañe, sigo tan ágil como una ardilla en el parque.

 

Mi hombría descubierta descansa en mi entrepierna, justo entre muslos fuertes de tanto caminar, bicicletear o patinar. Mis pantorrillas son grandes, aunque no practique fútbol.

 

Tengo los pies grandes, con la formación de mis dedos distinta a la mayoría: forman una punta hacia el centro desde ambos lados. Son casi prensiles.

 

Mis tatuajes marcan mis pantorrillas, espalda alta y brazos. Cada uno guarda un significado conocido por pocos. Mi espalda, ancha y fortalecida por moverme en el agua con más facilidad que en la tierra.

 

Soy dueño de mi sarcasmo, de mi empatía y mi valentía. Tengo una inteligencia distinta y a veces veo cosas que otros no. Mi intuición me permite leer a otros y ver qué necesitan de mí.

 

No disfruto de lo que comúnmente otros disfrutan. Soy el loco que toma baños de luna.

 

Me entrelazo con las emociones de otros. Algunos se asustan, otros lo disfrutan. Demoré en aprenderlo, pero doy más pasos por mi salud mental.

 

Demoré casi 43 años en conocerme y aceptarme hasta el momento. Es cierto, soy calvo, panzón, con piernas chuecas y voz etérea. Es cierto que sueño y que me mortifican los números. Es verdad que no soy algo para todos, pero eso está bien. Sé que muchos esperan cosas de mí, pero me preocuparé por lo que yo espero de mí.

 

Usaré mis manos, grandes y poderosas, para acariciar el alma. Dejaré que mi amor, amistad, fe, esperanza, locura y generosidad me guíen con humildad y responsabilidad el resto del camino.

 

Sigo mirando mi cuerpo desnudo en el espejo. Veo las marcas de la edad y de las cicatrices que no se borraron. Decido aceptarme, a la luz y ante mis sombras, antes de vestirme con el nuevo número este año…

 

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