Todos dormían en la casa. No se escuchaba
sonido alguno, con excepción de las rítmicas respiraciones tranquilas que los
miembros de ese hogar emitían. Era una noche calurosa de marzo por lo que las
frazadas estaban de más en la cama que Ross compartía con su esposo. A pesar de
la paz que el rostro de Ross mostraba, una lágrima se escapaba sutilmente por
debajo de su cerrado párpado izquierdo.
-“Ross…Ross…tranquila. Todo saldrá bien”.-la
voz de Ana era como la recordaba Ross. Alegre y tranquila.
-“Ana, ya no puedo más. ¡He perdido todas las
fuerzas!”-Ross respondió levantando la
voz.
El sueño ya se había hecho recurrente. Siempre
era la misma escena. Ana y Ross estaban sentadas en la sala de un departamento
pequeño. Por las ventanas se veían torres de edificios familiares. Ambas
mujeres llevaban vestidos: Ross usaba uno color tierra y Ana uno celeste. Los
sillones cómodos y de color arena. Aunque no se movían nunca de la sala, Ross
sabía que el departamento tenía cuatro cuartos y estaba en el tercer piso del
edificio.
-“Ross, no has perdido las fuerzas. Solo
perdiste de vista el sol.”- La sonrisa de Ana brillaba como las estrellas.
-“Te prometí algo y no lo pude cumplir…”-Ross
comenzó a replicar, pero Ana levantó su mano, en una clara solicitud para que
su hermana menor guardará silencio.
-“No seas tan dura contigo misma. Has hecho más
de lo que ofreciste. Cuidaste a todos en la familia, mi pequeña hermanita.
Cuidaste a mis hijos: mi hermosa abeja[i],
mi adorada antorcha de luz[ii]
y mi pequeño mensaje de la Presencia de Dios[iii].
Me cuidaste a mí cuando mi querido Manolo se me adelantó. No puedes darte el
lujo de perder lo que me regalaste en vida: la Esperanza.”- Ana habló como toda
una maestra: con humildad y cariño.
Ross no tenía palabras para responder. Fuera
del departamento se escuchaba un perro ladrar en la lejanía de la calle. Ana
aprovechó el silencio para continuar.
-“Siempre cuidaste de todos nosotros. De
nuestra madre…de todos los hermanos…y tal vez nosotros no te dimos el crédito
que merecías. Fuiste el sol que ilumina nuestros caminos, la luz de la Esperanza
que se vuelve saeta contra el miedo. Yo te ayudaré a recordar.”
-“Ana, es que ya no puedo. Siento que no puedo
continuar. Todo se hace más difícil. Yo creo que todo se me va de las manos. La
memoria de nuestra madre…los problemas que nos alejaron. ¡Eras tú quien nos
mantenía unidos, no yo!”-Ross sollozó. En los cuartos del departamento se
escuchaban voces de niños, aunque Ross no los podía ver.
-“Ross, yo era la alegría. Y si la unión es lo
que falta, pues muéstrales que a pesar de todo, somos uno.”-Ana siguió firme en
su discurso.-“Mira todo lo que ha pasado gracias a ti. Muchos de nuestros
sobrinos terminaron sus carreras. Algunos pudieron sobrevivir a las vacas más
flacas. Ayudaste a Mamá en la ausencia de Papá. Entiéndelo de una buena vez.
Eres la Esperanza para nosotros. Solo debes encontrar en tu fe esa chispa para
que tú no desesperes. Te lo pido, hermanita. Dios me envió a ti para recordarte
esto.”- La sonrisa de Ana era más grande aún.
Ross no lo había notado antes, pero su hermana
llevaba a modo de aretes un par de esferas de navidad y una vincha con orejas
de ratona. No pudo evitar sonreír. Era una sonrisa cargada de buen humor que no
esbozaba hace bastantes meses. Se sintió nuevamente la de antes. La luz que se
filtraba por la ventana hacia que el cuerpo de Ana se viera transparente.
-“Anita, no te vayas. Por favor, necesito de tu
ayuda.”-Ross imploró al notar que ya era hora de la despedida.
-“Ross, siempre estoy contigo. Recuerda, haz
que la Esperanza no se apague nunca.”- Ana tocó el corazón de Ross con su dedo
índice.
Ross cerró los ojos. Antes que el sueño
terminará, sintió un calor intenso en su pecho. Un extraño símbolo apareció al
medio de él, justo donde el dedo de Ana se había posicionado antes de
desaparecer. El símbolo representaba un sol con un solo rayo de luz que
iluminaba fuertemente.
-“Gracias, Anita. Te extraño, pero te prometo
que no me rendiré. Lo haré por ti”.-Ross dijo, mientras abría sus ojos y una
lágrima caía por su mejilla izquierda. El sueño aún no había acabado, pero a lo
lejos se oía una alarma mientras el departamento desaparecía en una nube
blanca.
***
Eran las 5 de la mañana. Ross tenía que
levantarse para prepararse para salir, pero no podía quitarse la escena de la
cabeza. Su hermana querida le había traído un mensaje divino que ella no debía
ignorar. Era momento de secarse las lágrimas. Era momento de empezar de nuevo,
con las pilas recargadas de aquella virtud que ella no quería reconocer en sí
misma: la Esperanza de la vida nueva.
-“Ana, hoy es el primer día del resto de mi
vida. Gracias.”
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