Ella
se sirvió un vaso con agua, pensando cómo había empezado todo el martirio. Se
había mudado al oeste por su salud. El clima era más cálido y seco. Sus
pulmones se lo agradecerían y tal vez, ella pensó, encontraría paz, pero estaba
equivocada.
Giraba
el vaso, sin decidirse a saciar su sed. Siempre se había sentido como una
paria. Nadie podría comprenderla. Por más buenas las intenciones que pueda
tener, siempre le salía el tiro por la culata. Todos la odiaban, pero nadie se
preocupó en conocerla realmente.
El
dolor era insoportable. No existe buena acción que no sea castigada. La soledad
había endurecido su corazón. Sí, era diferente, pero nadie buscaba intentar
siquiera aceptarla. Todos le temían, pero no había razón para hacerlo. Ella
conservaba una inocencia única, pero esa inocencia era la fuente de su
inseguridad.
Ya
había aceptado su condición clínica de depresión pero no encontraba salida.
Había leído todos los libros y repetido todos los mantras existentes. Intentó
inclusive satisfacer el vacío en su ser con cosas materiales como el calzado
especial, pero no tuvo éxito. Su depresión y soledad crecía con cada respiro.
La
música que sonaba era instrumental y triste. Ella vestía de negro (la única
ropa que usaba siempre era negra). El agua se agitaba en el vaso completamente
lleno.
Ya
aguantaba. Nadie lloraría la pérdida de alguien como ella. Todos se lo
repetían. Nadie lloraría por alguien retorcido. Un amigo verdadero no podría
tener su personalidad y si tanto se lo repetían, tal vez tengan razón y ella
era alguien indigna de amor.
Recostada
en su cama, con el cabello suelto, tomó la decisión de tomar un camino cobarde,
para el cual se necesitan agallas. No es tan fácil escoger el suicidio. Se
requiere cojones u ovarios para tomar esa decisión, aunque se requieran más de
ambos para vivir. Sin pensarlo más tiempo, bebió el agua cristalina y pura de
un solo sorbo. Lentamente su deseo se cumpliría. Dejaría de existir en el mundo
y dejaría todo el prejuicio atrás. Un calor la invadió por dentro,
desintegrando todos los miedos. Aquella noche que no conocería amanecer, fue
libre. Aquella noche que decidió acabar con si vida, la bruja del oeste pudo
dejar de lado el dolor. Nadie se lamentaría por los retorcidos, así que, poco a
poco el polvo en el que su cuerpo se convertía, era llevado por el viento a
nuevos rumbos.
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