La reunión la
organizó una pareja conocida por los siete invitados. Era una fiesta de
máscaras y, aunque no se conocían entre ellos, cada uno había compartido
experiencias cercanas con los anfitriones. Era curioso ver cómo personas que, aparentemente,
no tenían algo en común, pudiesen compartir una velada. La Velada estaba
conformada, aparte de los anfitriones por un abogado, un administrador, una
pintora, una artista plástica, un periodista, un editor y una psíquica.
Los anfitriones
los recibieron en la puerta, luciendo sus elaboradas máscaras. Ella utilizaba
una máscara de marfil, de cuando aún se cazaba elefantes. La careta no mostraba
rasgos definidos, además de los labios. Su compañero, tenía una máscara roja
que representaba un demonio hambriento, también ocultando su rostro. Las
máscaras de los invitados no eran tan elaboradas, pero, cubrían sus ojos con
antifaces sencillos de distintos colores.
–Sargento Pérez,
hemos seguido sus órdenes. Nadie ha tocado a las víctimas y los sospechosos han
sido recluidos en las habitaciones separadas.
–Buen trabajo,
Nuñez. ¿Qué dice el forense?
–Nada
concluyente. Aún no logramos descubrir sus edades ni las causas de muerte. Los
implicados no desean comentar nada. Debe ser por el shock, si me lo pregunta.
Solo han coincidido en la frase “Se veía venir”.
El sargento tenía
un caso complicado. Conocía muy bien a los difuntos y no podía admitir
honestamente que fueran de su agrado, aunque sí los había entretenido en más
ocasión. Era obvio que existía un motivo. Todos los crímenes lo tienen. ÉL
entendía eso. Hasta el mismo tenía motivos para hacerlo. El problema era
identificar al culpable.
Las pistas
encontradas no ayudaban mucho. Había rastros de veneno en el café; un platillo
dorado tenía abolladuras de golpe; unas tijeras manchadas con sangre; marcas de
estrangulamiento en cada víctima; olor a pólvora en el aire; un pañuelo con
cloroformo y agujas clavadas en distintas partes de los cuerpos. El mismo
sargento se sentía como en un juego de “Clue”.
El caso era complejo a simple vista, pero, por primera vez en su carrera
debía aceptar la presencia de la subjetividad. No era existían dudas. Ver este
homicidio doble con esa visión era la única manera de entenderlo. La lógica,
por esta vez, era improbable. Solo necesitaba reunir a todos en un solo lugar y
expresar su conclusión.
–Ustedes siete
tienen algo en común. Todos odiaban a esos pobres diablos. Yo también los
detestaba, así que los puedo comprender – Pérez empezó su conversación con los
sospechosos.
–Se veía venir.
Mis energías están en equilibrio. – La psíquica se defendió.
–¡JA! No niego
que su compañía era tóxica para mí. Se veía venir. Me cortaban la inspiración
en mi trabajo. – La pintura añadió con sorna en su voz.
El Sargento Pérez
escuchaba atentamente las respuestas de cada uno, pues los demás también
comentaban algo por las mismas líneas. Se veía venir y ahora todo estaría
mejor. Su experiencia le confirmaba su sospecha.
–Creo que todos
ustedes son los asesinos, pero ninguno admite culpa. –El oficial comentó.
–¡SARGENTO! Venga
de inmediato. ¡Los cuerpos han desaparecido! – El grito de Nuñez interrumpió la
observación de su jefe.
Los cuerpos
inertes ya no estaban. Solo quedaron en su lugar las máscaras.
–Se veía venir. –
El administrador dijo sarcásticamente. – Los veremos nuevamente, pues
Ignorancia y Aburrimiento siempre regresan. Ella usando su máscara blanca sin
emociones y él con su actitud demoniaca y hambre insaciable.
El sargento Pérez
no podía contradecir ese argumento. – Será mejor no mencionar lo ocurrido aquí.
No hay caso de homicidio si no se tiene
los cuerpos de los occisos.
Todos estuvieron
de acuerdo tácitamente.
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