Caminando por la playa, bajo la luna ensangrentada de
julio, encontré un cuerpo a orilla del mar.
Su belleza andrógina no permitía distinguir si era hombre
o mujer. No importaba. Su desnudo cuerpo estaba cubierto por algas. Su pecho se
levantaba suavemente. Aún respiraba. Cuando me acerqué a sus labios para oírle
suspirar distinguí tres aromas en su aliento: la fragancia afrutada del vino;
el olor del agua salada y el inconfundible perfume del sexo.
No se veía otro sobreviviente. Su juventud hacia ver su
rostro como una fusión de equilibrio entre lo angelical y lo diabólico. Sus
facciones eran inocentes y crueles. Parecía dormir apaciblemente. Soñando con misterios
ocultos.
El mar estaba agitado, influencia de la super luna. Su
vida no peligraba, aunque su piel mostraba algunas heridas no muy profundas. Su
cuerpo descansaba sobre dos maderas, puestas por el capricho marítimo en forma
de cruz.
Me quedé a su costado, no sabiendo cómo reaccionar.
Cuando quise tapar su cuerpo desnudo con mi abrigo, sus ojos se abrieron de par
en par y escupió un poco de agua de mar. Tomó
mi mano y con delicadeza me dijo: Usa la luz y la obscuridad para luchar
contra el mal. Su voz era suave y ambigua.
Sin nada más, la víctima del naufragio volvió a cerrar
los ojos. Debo haberme dormido por la impresión, pero al despertar con el
primer rayo de sol vi unas huellas en la arena. Se internaban en el mar. Las
olas habían devorado nuevamente a su víctima, solo que esta vez parecía ser un
acuerdo mutuo.
Pasarán años antes de siquiera poder entender el
significado de ese encuentro y de esas palabras pronunciadas: ¿Cómo luchar
contra la maldad usando la luz y la obscuridad? Me tomará varios eclipses
comprender si fue o no un sueño.
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