sábado, 14 de agosto de 2021

Me he transformado

 Mi espíritu se desnudó quedando indefenso,

pero fue necesaria la vulnerabilidad para cambiar.

La metamorfosis fue dolorosa: las estrellas, los planetas y la luna me compartieron su esencia. Luz y oscuridad mezcladas me causaron angustia y sanación.

No es fácil mejorar.

 

Los cuatro elementos se unieron:

El poder del fuego destruyó todo, dejando cenizas.

La maternal tierra me dio vida nueva.

El libre aire llenó mis pulmones de aliento renovado.

La frescura del agua recorría mis venas.

 

Sentí la oración que otros elevaron por mí. Sentí sus fuerzas que vestían mi alma con armadura protectora.

Me he transformado: mis pecados y los mandamientos se fusionaban y formaron una crisálida que me cubriría como a una oruga.

 

Mis lágrimas limpiaron mi mente del veneno que otros y yo depositamos en mi interior.

Mucha suciedad había. Mi corazón ya parecía un estorbo.

La fe causó la evolución. Me he transformado.

 

La pena fue el abono para la empatía.

La ignorancia dio paso a la inteligencia.

El amor cauteriza las heridas que él mismo causó.

 

El pasado y el futuro copularán para dar a luz a un presente que quiera recorrer.

Vuelan las mariposas bajo la luna, anunciando muerte y nacimiento.

Vienen las emociones que llenarán el día con plumas de ángeles negros y demonios puros.

 

Las canciones suenan en el silencio.

Me he transformado…

martes, 29 de junio de 2021

¿Puede acaso un arco iris brillar encerrado en un armario?

 

¿Puede acaso un arco iris brillar encerrado en un armario? ¿Puede el amor ser libre realmente si no se cumple con lo pre establecido? Los humanos tememos (y odiamos) aquello que no entendemos. Uno podría argumentar que es el peso de lo que nos han enseñado o lo que se considera correcto. Utilizo la palabra “considera” para definir la opinión de cada uno, que es muy distinta a la verdad. Siendo sinceros, la verdad completa está muy lejos de nuestro simple entendimiento humano. Para comprender cada mundo interno, cada forma de amar, cada clase de deseo y cada corazón se necesitaría cantidades divinas de empatía.

 

No podemos negar que los tiempos han cambiado, pero, ¿existirá aceptación verdadera?  Veamos algunos ejemplos. Antes en las series de ficción televisada o escrita, los personajes homosexuales, bisexuales, asexuales o de otra preferencia sexual eran considerados un problema argumental, pues dicho personaje debía cumplir un estereotipo (tener cierta profesión, ser una burla o un mal ejemplo). Por otro lado, en la realidad se veía como una “enfermedad” o una “anormalidad”. Comentarios como “No pareces gay”; “Está confundida”; “Es una etapa”; “Ya no eres mi hijo”; “¿En qué me equivoqué cuando te criaba?”; “De seguro sacó lo rarito de tu familia”; “No te juntes con ella, porque te va a contagiar las malas actitudes”; entre otras frases que fomentaban la invisibilidad y el temor. Sí, hemos recorrido bastante camino en la comprensión humana, pero nos falta mucho por recorrer.

 

La invisibilidad se da principalmente porque todos somos diferentes y, como humanos, tenemos la costumbre de menospreciar a otros por no ser iguales a nuestro estándar, demostrándolo por medio de críticas, humillaciones u omisión de sus derechos humanos, obviando el hecho principal de que todos tenemos el derecho de amar a quien nos parezca. La comunidad LGBT ha sido víctima de hechos de odio e incomprensión, pero la hostilidad está también dentro del “arco iris”: algunos gays piensan que los bisexuales no existen ya que son “indecisos”; otros podrían opinar que ser lesbiana te da más aceptación ante la sociedad, sin tener en consideración la lucha que han tenido a lo largo de la historia; unos tantos podrían mirarte como bicho raro por no tener deseo sexual por nadie; y otros no consideran que pueda existir discordancia sexual porque no nacieron biológicamente como se identifican realmente.

 

Aún existe mucho temor para aceptarse así mismo o misma, por lo que muchos siguen refugiados en “Narnia”, es decir, dentro del armario, ya sea por miedo a represalias o ataques pasivo - agresivos de nuestro entorno o por miedo a “decepcionar” a otros. El amor es universal y nadie debería sentirse humillado por amar o apoyar que otros amen. Es irónico, y algo hipócrita, consentir que una pareja heterosexual se demuestre cariño al aire libre con una tomada de manos o un beso, pero cuando alguien se toma de la mano con alguien de su mismo sexo es un mal ejemplo o se está haciendo “escándalo”.

 

El prejuicio sigue estando presente, claro que, de una manera más sutil, aunque más peligrosa. Retomando el punto de los estereotipos, por mucho tiempo actores no querían interpretar personajes homosexuales por temor a arruinar sus carreras; personas no querían leer ( o admitir que leían) a Safo u Oscar Wilde porque se les podría asociar de manera errónea; amigos se alejaban de sus amigos porque habían confesado tener gustos diferentes ya que se pensaba, muchas veces erróneamente, que podrían intentar algo con ellos; se creía que un profesor gay o maestra lesbiana sería mal ejemplo y no debería trabajar con niños, aunque se sabe que el mal ejemplo puede venir incluso de una persona heterosexual que sea infiel o ataque a otros.

 

Es cierto, ahora existe mayor representatividad en los medios, pero a veces es como si los medios tuvieran que cubrir una cuota o tendencia. Soy un lector ávido y me encanta el desarrollo de personajes en las historias, pero a veces ya parece forzado incluir a un personaje LGTB, aunque no aporte a la historia. En otras palabras, la aceptación debe ser orgánica, no forzada. Entiendo, son pasos de bebé, pero en muchos lugares se fomenta la represión del verdadero ser para encajar, inclusive haciendo ilegal el amor. Una cosa es sentir respeto por otro ser humano y otra muy diferente sentir pena porque viven de una manera distinta a la nuestra, siendo la segunda alternativa denigrante hacia cualquier persona.

 

Es bastante probable que este pequeño escrito sea mal interpretado o atacado, pero, solo se logra aceptación cuando nos ponemos en los zapatos de otros y caminamos unos metros. Ama a quien desees amar y deja que otros amen a quien sus espíritus les llamen a amar. Abandonemos el prejuicio y empecemos a respetar. Enseñemos a las nuevas generaciones que no se logra nada con el odio. Al respecto, me pareció increíble lo que escuché alguna vez en una librería. Un joven de 11 o 12 años le preguntaba a la vendedora de qué trataba cierto libro y la vendedora, bastante imparcial, narró que se trataba de dos chicos que se conocían y poco a poco se iban enamorando. La reacción del joven fue poner una cara de asco y dejar el libro con fastidio en el estante. Esa reacción, analizada desde fuera, me hace pensar que eso es lo que ha aprendido ya sea en casa o en clases. El joven aprobó con notas altas la lección de prejuicio que la sociedad espera que tengamos, lo cual me lleva nuevamente a la frase inicial de este artículo: “¿Puede acaso un arco iris brillar encerrado en un armario?”

 

¿Qué tan grande es el amor no romántico para aceptar a otros? Existe esperanza cuando logras ver que un padre le dice a su hijo o hija que no importa a quién ame siempre será querido o querida. Las posibilidades de evolución mejoran cuando los amigos no le dan importancia a la orientación o preferencia sexual de otros para definir su amistad. No existe algo más grande que el amor, en todas sus formas, en especial la aceptación y el respeto por otros seres humanos. Si te cuesta trabajo dejar de lado los prejuicios, olvida todas las etiquetas, excepto la más importante: Todos somos humanos y merecemos ser felices y respetados. El odio y el prejuicio son aprendidos, el amor nace del instinto propio del ser humano. Pensemos ¿qué pasaría si quisieran obligarnos a amar alguien que no queremos amar? Es decisión nuestra qué actitud tomar: evolucionar como humanos y aceptar o quedarse en los tiempos obsoletos y solo criticar.

 

domingo, 23 de mayo de 2021

Errar es humano, pero echarle la culpa a otro es más humano todavía

 


 

El título de esta reflexión puede sonar sarcástico y cómico, es más está escrito en una taza que una buena amiga mía de regaló, sin embargo, lo considero realidad porque he sido testigo en primera línea y, no lo puedo negar, también he caído alguna vez en esa “humanidad más avanzada” que se menciona.

 

Hace unos años me encontraba en cierto centro comercial, en el cual pagar con tarjeta me salía más caro que pagar en efectivo, por lo que decidí acercarme al cajero electrónico más cercano para retirar dinero y efectuar mis compras sin perjuicio para mi bolsillo. Estuve en fila, esperando mi turno, cuando una señora, acompañada de su hija y lo que supongo era una amiga retiró dinero. Cuando el proceso terminó, la señora en cuestión se dio cuenta que había retirado efectivo de su tarjeta de crédito, en lugar de su tarjeta de débito. Todo parecía normal, hasta que su hija le comentó que había retirado de su tarjeta de crédito, en lugar de la tarjeta de débito. La señora, cayendo en cuenta de lo ocurrido, comenzó a atacar a su amiga preguntándole por qué no le había dicho antes que había ingresado la tarjeta equivocada en el cajero de autoservicio, a lo que su amiga le respondió que no tenía forma de saber que esa no fue su intención. Las personas se retiraron del cajero para continuar discutiendo en otro lugar, pero lo que llamó la atención fue la facilidad de la dueña de las tarjetas para culpar a otros, como si fuere responsabilidad ajena monitorear y evitar los errores que ella había cometido.

 

Con eso en mente, me puse a pensar que nos cuesta mucho aceptar la responsabilidad de nuestras acciones. Es más fácil decir, hice esto porque las “circunstancias me obligaron o porque “no tuve otra opción”, pero al final, son nuestras acciones las que desatan consecuencias.

 

Alguna vez, he realizado algún acto de culpa compartida con alguien, y ese alguien me ha atacado o exigido que asuma la responsabilidad completa. Incluso en algún momento me dijeron, si te vas a confesar, pide perdón por los dos. Escribiendo estas líneas se me vienen dos líneas de pensamiento. Primero, he sido bastante “generoso” al asumir parte de la culpa que no me corresponde y es más fácil responsabilizar a otros que asumir las consecuencias de nuestros actos.

 

Es común que cuando nos descubren culpables de algo, busquemos excusas: “Yo no sabía”, “No me dijo que estaba casado”, “Nadie me dijo”, “Me obligaron a hacerlo”, “Me engañaron y lo hice”, entre otras justificaciones que nacen en momentos en los que la responsabilidad nos persigue para ser asumida. Un ejemplo se encuentra en la escena de Adán y Eva, en la que cada personaje, en lugar de asumir su responsabilidad, le echó la culpa al otro: primero el hombre a la mujer, luego la mujer a la serpiente, generando una cadena.

 

¿Por qué es tan fácil culpar a otros? Asumo que asumir las consecuencias de lo que ocurrió por alguna de nuestras acciones, voluntaria o forzada, nos aterra. Ya sea por presión social, religiosa o de orgullo, es más humano “delegar” la responsabilidad. Como dicen por ahí, tanta culpa tiene el que mata a la vaca como el que le sujeta las patas.

 

Hace unos días me hicieron recordar sobre el valor de la integridad al aceptar el peso que nos corresponde por nuestras acciones. Esa integridad de carácter no es muy fácil de hacerla rutina, sin embargo, nos enseña que muchas veces preferimos ser agradables que hacer lo correcto. La culpa la tenemos sobrevalorada por la sociedad.

 

De por sí aceptar la culpa hace que nos miren juzgándonos. Podemos cometer un error, pero vivimos en una sociedad perfeccionista en la cual nos aterra que piensen mal de uno. Culpar a otros siempre será la salida más fácil. El hacernos responsables de las consecuencias de nuestros actos, o, mejor dicho, de la parte de culpa que nos corresponde, podemos corregir la situación y aprender lecciones importantes. Una equivocación sincera puede ser perdonada más fácilmente que una excusa.

 

Podemos ser influenciados, pero quien decide tomar alguna acción somos nosotros mismos. Recordemos que más importante que encontrar al culpable, es aprender acerca de nuestras debilidades de carácter y tomar acciones correctivas, cada uno preocupándose por la porción de culpa que nos corresponda.

 

¿Cuántas veces hemos quitado cuerpo? No podemos negar que aprendemos desde pequeños a hacerlo, por ejemplo, cuando se hace una travesura con los amigos y cuando nos descubren nos defendemos diciendo “es culpa de él o ella. Yo solo estuve ahí” y esa enseñanza la llevamos a cuestas a lo largo de la vida: “Ella o Él me sedujo. No es mi culpa”. “Yo no hice nada. Fue su idea.”

 

Cortemos el círculo vicioso y aprendamos la lección más dura, pero a la vez la más útil: Aceptemos la responsabilidad que nos corresponde. Ni más ni menos.

sábado, 24 de abril de 2021

Solo un vaso con agua



 

Ella se sirvió un vaso con agua, pensando cómo había empezado todo el martirio. Se había mudado al oeste por su salud. El clima era más cálido y seco. Sus pulmones se lo agradecerían y tal vez, ella pensó, encontraría paz, pero estaba equivocada.

 

Giraba el vaso, sin decidirse a saciar su sed. Siempre se había sentido como una paria. Nadie podría comprenderla. Por más buenas las intenciones que pueda tener, siempre le salía el tiro por la culata. Todos la odiaban, pero nadie se preocupó en conocerla realmente.

 

El dolor era insoportable. No existe buena acción que no sea castigada. La soledad había endurecido su corazón. Sí, era diferente, pero nadie buscaba intentar siquiera aceptarla. Todos le temían, pero no había razón para hacerlo. Ella conservaba una inocencia única, pero esa inocencia era la fuente de su inseguridad.

 

Ya había aceptado su condición clínica de depresión pero no encontraba salida. Había leído todos los libros y repetido todos los mantras existentes. Intentó inclusive satisfacer el vacío en su ser con cosas materiales como el calzado especial, pero no tuvo éxito. Su depresión y soledad crecía con cada respiro.

 

La música que sonaba era instrumental y triste. Ella vestía de negro (la única ropa que usaba siempre era negra). El agua se agitaba en el vaso completamente lleno.

 

Ya aguantaba. Nadie lloraría la pérdida de alguien como ella. Todos se lo repetían. Nadie lloraría por alguien retorcido. Un amigo verdadero no podría tener su personalidad y si tanto se lo repetían, tal vez tengan razón y ella era alguien indigna de amor.

 

Recostada en su cama, con el cabello suelto, tomó la decisión de tomar un camino cobarde, para el cual se necesitan agallas. No es tan fácil escoger el suicidio. Se requiere cojones u ovarios para tomar esa decisión, aunque se requieran más de ambos para vivir. Sin pensarlo más tiempo, bebió el agua cristalina y pura de un solo sorbo. Lentamente su deseo se cumpliría. Dejaría de existir en el mundo y dejaría todo el prejuicio atrás. Un calor la invadió por dentro, desintegrando todos los miedos. Aquella noche que no conocería amanecer, fue libre. Aquella noche que decidió acabar con si vida, la bruja del oeste pudo dejar de lado el dolor. Nadie se lamentaría por los retorcidos, así que, poco a poco el polvo en el que su cuerpo se convertía, era llevado por el viento a nuevos rumbos.

 

  

sábado, 27 de marzo de 2021

El secreto

 


Jorge siempre había tenido una gran conexión con su mejor amigo Ramiro cuando estudiaban juntos. A pesar de haber sido inseparables en el colegio, la vida se encargó de llevarlos por distintos rumbos, causando que esa conexión se quebrara sin darse cuenta. El tiempo es cruel y sutil. A veces 20 años pueden parecer una vida entera y otras veces la sensación puede ser como un pestañeo.

Jorge tenía que hacer unas compras personales en el centro comercial. Había ingresado a una tienda de video juegos y escuchó una voz que reconocería en cualquier lugar. ¿Cuáles eran las posibilidades que después de tanto tiempo Ramiro esté en la misma tienda que él? Cuando se acercó a la caja para salir de dudas, notó con satisfacción que seguían teniendo cosas en común. Ramiro estaba comprando el mismo juego que Jorge buscaba. Es bueno ver que algunas cosas no cambian.

- ¿Ramiro? - Jorge preguntó para comprobar sus sospechas

- ¡Pero si eres tú Jorge! ¡Qué gusto! No nos vemos desde… - Ramiro se recupera pronto de la breve sorpresa que le causó escuchar la voz de su amigo.

- Desde que salimos del colegio. Se te ve muy bien. ¿Qué ha sido de ti? – Jorge no podía controlar su emoción, tanto así que habló sobre las palabras de Ramiro.

- Bueno, tengo mi negocio de venta de computadoras. Me casé. ¿Te acuerdas de Melissa, la de la promo? Bueno llevamos casados unos 5 años. Fue loco, porque en el cole ni nos mirábamos. – Ramiro comentó con una sonrisa grande dibujada en sus labios.

- ¿Ni se miraban? Parecía que se odiaban. – Jorge respondió con sarcasmo en su voz - ¿Sabes? Siempre quise decirte que…- la duda reemplazó la sorna en la voz de Jorge.

- Jorge, me ha encantado verte, pero debo volar. Quedemos para un café en la semana y me cuentas. ¿Te parece? – Ramiro se disculpó mirando su reloj. Parecía nervioso por algo.

-Claro, me avisas y coordinamos anota mi número…- Jorge respondió con algo de tristeza en su voz.

Luego de despedirse, ambos hombres se quedaron pensando en esa coincidencia tan extraña. ¿Cómo podrían haberse encontrado luego de tanto tiempo sin contacto?

Jorge no pudo confesar que desde el colegio siempre estuvo enamorado de Ramiro. Ramiro se puso tan nervioso al ver a Jorge que se fue guardando en su mente el secreto más grande: siempre quiso estar con Jorge, pero como no vio nunca interés en él siguió su vida y se casó.

La vida es irónica, y el simple hecho de intercambiar teléfonos, podría abrir muchas puertas que antes no se abrieron por no contar esos secretos al que fue tu mejor amigo. Solo queda ver por dónde los lleva a este par de mejores amigos.

 

 

El Naufragio

 


 

Caminando por la playa, bajo la luna ensangrentada de julio, encontré un cuerpo a orilla del mar.

 

Su belleza andrógina no permitía distinguir si era hombre o mujer. No importaba. Su desnudo cuerpo estaba cubierto por algas. Su pecho se levantaba suavemente. Aún respiraba. Cuando me acerqué a sus labios para oírle suspirar distinguí tres aromas en su aliento: la fragancia afrutada del vino; el olor del agua salada y el inconfundible perfume del sexo.

 

No se veía otro sobreviviente. Su juventud hacia ver su rostro como una fusión de equilibrio entre lo angelical y lo diabólico. Sus facciones eran inocentes y crueles. Parecía dormir apaciblemente. Soñando con misterios ocultos.

 

El mar estaba agitado, influencia de la super luna. Su vida no peligraba, aunque su piel mostraba algunas heridas no muy profundas. Su cuerpo descansaba sobre dos maderas, puestas por el capricho marítimo en forma de cruz.

 

Me quedé a su costado, no sabiendo cómo reaccionar. Cuando quise tapar su cuerpo desnudo con mi abrigo, sus ojos se abrieron de par en par y escupió un poco de agua de mar. Tomó  mi mano y con delicadeza me dijo: Usa la luz y la obscuridad para luchar contra el mal. Su voz era suave y ambigua.

 

Sin nada más, la víctima del naufragio volvió a cerrar los ojos. Debo haberme dormido por la impresión, pero al despertar con el primer rayo de sol vi unas huellas en la arena. Se internaban en el mar. Las olas habían devorado nuevamente a su víctima, solo que esta vez parecía ser un acuerdo mutuo.

 

Pasarán años antes de siquiera poder entender el significado de ese encuentro y de esas palabras pronunciadas: ¿Cómo luchar contra la maldad usando la luz y la obscuridad? Me tomará varios eclipses comprender si fue o no un sueño.

 

Máscaras

 


 

La reunión la organizó una pareja conocida por los siete invitados. Era una fiesta de máscaras y, aunque no se conocían entre ellos, cada uno había compartido experiencias cercanas con los anfitriones. Era curioso ver cómo personas que, aparentemente, no tenían algo en común, pudiesen compartir una velada. La Velada estaba conformada, aparte de los anfitriones por un abogado, un administrador, una pintora, una artista plástica, un periodista, un editor y una psíquica.

 

Los anfitriones los recibieron en la puerta, luciendo sus elaboradas máscaras. Ella utilizaba una máscara de marfil, de cuando aún se cazaba elefantes. La careta no mostraba rasgos definidos, además de los labios. Su compañero, tenía una máscara roja que representaba un demonio hambriento, también ocultando su rostro. Las máscaras de los invitados no eran tan elaboradas, pero, cubrían sus ojos con antifaces sencillos de distintos colores.

 

–Sargento Pérez, hemos seguido sus órdenes. Nadie ha tocado a las víctimas y los sospechosos han sido recluidos en las habitaciones separadas.

 

–Buen trabajo, Nuñez. ¿Qué dice el forense?

 

–Nada concluyente. Aún no logramos descubrir sus edades ni las causas de muerte. Los implicados no desean comentar nada. Debe ser por el shock, si me lo pregunta. Solo han coincidido en la frase “Se veía venir”.

 

El sargento tenía un caso complicado. Conocía muy bien a los difuntos y no podía admitir honestamente que fueran de su agrado, aunque sí los había entretenido en más ocasión. Era obvio que existía un motivo. Todos los crímenes lo tienen. ÉL entendía eso. Hasta el mismo tenía motivos para hacerlo. El problema era identificar al culpable.

 

Las pistas encontradas no ayudaban mucho. Había rastros de veneno en el café; un platillo dorado tenía abolladuras de golpe; unas tijeras manchadas con sangre; marcas de estrangulamiento en cada víctima; olor a pólvora en el aire; un pañuelo con cloroformo y agujas clavadas en distintas partes de los cuerpos. El mismo sargento se sentía como en un juego de “Clue”.  El caso era complejo a simple vista, pero, por primera vez en su carrera debía aceptar la presencia de la subjetividad. No era existían dudas. Ver este homicidio doble con esa visión era la única manera de entenderlo. La lógica, por esta vez, era improbable. Solo necesitaba reunir a todos en un solo lugar y expresar su conclusión.

 

–Ustedes siete tienen algo en común. Todos odiaban a esos pobres diablos. Yo también los detestaba, así que los puedo comprender – Pérez empezó su conversación con los sospechosos.

 

–Se veía venir. Mis energías están en equilibrio. – La psíquica se defendió.

–¡JA! No niego que su compañía era tóxica para mí. Se veía venir. Me cortaban la inspiración en mi trabajo. – La pintura añadió con sorna en su voz.

 

El Sargento Pérez escuchaba atentamente las respuestas de cada uno, pues los demás también comentaban algo por las mismas líneas. Se veía venir y ahora todo estaría mejor. Su experiencia le confirmaba su sospecha.

 

–Creo que todos ustedes son los asesinos, pero ninguno admite culpa. –El oficial comentó.

 

–¡SARGENTO! Venga de inmediato. ¡Los cuerpos han desaparecido! – El grito de Nuñez interrumpió la observación de su jefe.

 

Los cuerpos inertes ya no estaban. Solo quedaron en su lugar las máscaras.

 

–Se veía venir. – El administrador dijo sarcásticamente. – Los veremos nuevamente, pues Ignorancia y Aburrimiento siempre regresan. Ella usando su máscara blanca sin emociones y él con su actitud demoniaca y hambre insaciable.

 

El sargento Pérez no podía contradecir ese argumento. – Será mejor no mencionar lo ocurrido aquí.  No hay caso de homicidio si no se tiene los cuerpos de los occisos.

Todos estuvieron de acuerdo tácitamente.