Todos nos vestimos de seda, aunque
seamos monos sin pelo, disfrazados seguimos siendo monos.
Somos lobos, que, disfrazados con
lana de oveja, aullamos a la luna y soplamos contra casas de palos y paja.
¡Impostores y usurpadores! Nos vestimos para la ocasión. Elegantes y
sobrios o burlones…Somos, a veces, la oveja que quiso ser fuerte y se vistió de
lobo para gobernar sus miedos y pesadillas.
Ponernos la máscara nos da el
poder de robar lágrimas a la luna; de invadir los recuerdos de los que creen
amarnos; y de violar, a contra natura, la confianza que nos tienen.
Ser quien no somos…llenar de teatralidad
nuestras vidas para ser aceptados o temidos, según lo que se alinee más a
nuestros objetivos ocultos.
Nos ponemos la piel de otro ser, con
valor aceptamos lo que eso representa. Los palos y la paja de las casas, nadie
podrá recoger…tengamos cuidado de encontrar el muro de ladrillos que no podremos
derribar con un ligero estornudo. Nuestro orgullo no podrá soportar tal desilusión.
Nos escondemos o nos fortalecemos
con las máscaras de sol y luna. Deseamos ser otros, para al fin aceptar nuestra
realidad.
Al final, ningún disfraz podrá ocultar
nuestra desnudez, esa desnudez que nos muestra qué somos: Seres imperfectamente
únicos. Nuestros cuerpos desnudos nos delatarán con la hombría o la feminidad
de nuestra realidad.
No nos hagamos los inocentes…Nuestra
lana es turbia… nadie es perfecto, ni con el más secreto de los disfraces.
Nuestra realidad y nuestra
fantasía se fusionan… creando un mundo que nosotros reforzamos, mientras nos
disfrazamos día y noche.
Miremos el espejo y disfrutemos…
esos sueños disfrazados de vigilia. Una orgía de erección y humedad para
nuestro yo verdadero.
Escuchemos el aullido de la oveja
disfrazada de lobo. Bailemos a su ritmo mientras logramos desgarrar la piel
falsa. ¿O es que esa falsedad evolucionó a nuestra verdad? La oveja se
convirtió en lobo; el lobo se volvió manso y actúa como cordero.
Confusión grande. El disfraz se
ha vuelto nuestra realidad.
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