sábado, 2 de julio de 2022

COLORES

 


El paisaje de Huaraz era propicio para una caminata alejada de la civilización. Zelena siempre estaba dispuesta a conocer nuevos rincones de su ciudad y mejor aún si podía recorrer los senderos sola. Había empezado temprano en la mañana, a eso de las 6:00 am. Caminó unos cuantos kilómetros equipada solo con su cámara digital, su mochila y una botella de agua. Le llamaba la atención lo accidentado del relieve más cercano a la cordillera blanca. El aroma del eucalipto en el ambiente la relajaba, pero eso no se comparaba, según ella pensaba, a la mezcla de colores que el ambiente le mostraba: verdes intensos; rojos candentes; azules refrescantes; violetas espirituales; amarillos y anaranjados cálidos.

 

Con ganas de descansar un rato y explorar más su entorno, ingresó a una caverna, oculta sutilmente y de manera natural en el muro de un acantilado de la Cordillera Blanca. La cueva parecía tener iluminación propia. Un tenue brillo plateado la invitaba a adentrarse. Encontró una cámara geológica de gran tamaño, casi del tamaño de la Catedral de Huaraz. Parecía, por los ornamentos y signos en las paredes, un antiguo templo a la diosa andina de la Luna, Mama Quilla, su deidad favorita. Había una mesa de piedra que podría haber funcionado como altar. En el muro estaba tallada la imagen de la diosa: una mujer de cabellos largos y gran belleza. El tallado había sobrevivido, de alguna forma, el paso de los años. La mujer tenía los ojos cerrados y una corriente de agua plateada caía por cada ojo. Zelena recordó que, según la mitología, las lágrimas de Mama Quilla eran plata pura.

 

Las “lágrimas de plata” llenaban un lago subterráneo. El brillo del agua era lo que le daba esa iluminación plateada a la caverna / templo. Sobre el altar reposaba, a modo de protagonista, un pincel hecho de madera con cerdas muy finas. Zelena estaba fascinada por el pincel. Era como si la llamara. Sin darse cuenta si quiera, Zelena sucumbió al trance seductor y se fue acercando al pincel. No notó un incremento en el caudal del agua. Tomó el misterioso artefacto y sintió algo que no podría explicar. Un halo multicolor rodeó el pincel por unos segundos y luego desapareció. Zelena se quedó sin fuerzas y cayó rendida.

 

La joven mujer despertó desorientada. Habían pasado un par de horas, según su reloj de pulsera. Se sentía débil. Decidió que lo mejor sería regresar a la casa de su tía para descansar e investigar lo que había ocurrido. Aún tenía el pincel en su mano. La tentación era demasiado grande como para dejar tremendo descubrimiento a la intemperie. Guardó la reliquia en su mochila y se puso de pie para empezar el viaje de retorno, le esperaban un camino largo y al menos una hora de caminata. Llegó a la entrada de la cueva y quedó paralizada al ver el paisaje que la esperaba. Todo parecía frío y sin vida. Todo el color había desaparecido: los pastos, las rocas, las plantas e incluso el Sol y el cielo eran ahora blanco y negro o, mejor dicho, gris. Zelena se sintió en una película antigua que había visto cuando empezó su carrera de diseño gráfico.

 

No podía creer lo que veía, y, sin embargo, no existía duda alguna. El color se había desvanecido de todo menos lo que ella llevaba puesto. Se miró las manos y su ropa. Sus shorts de jeans seguían mostrando su color azul gastado; sus zapatos de trekking seguían siendo marrones como la tierra y su camiseta verde seguía contrastando con su cabello obscuro.

 

—Necesitas arreglar esto, hija mía. — una voz femenina le habló en quechua fluido detrás de ella. Zelena conocía la lengua, pero nunca la había sentido tan propia, tan natural en sus oídos.

 

Zelena se dio vuelta lentamente y se encontró con una mujer muy bella de cabellos largos y negros. Sobre su cabeza un elegante tocado hecho de oro. Vestía una túnica y una capa, ambas de color azul obscuro, como el cielo nocturno. Estaba descalza y sus brazos se decoraban con joyas de oro. Su piel trigueña resaltaba más al ser mojada con sus lágrimas, que parecían plata líquida.

 

—¿Quién eres? —Zelena ya sabía respuesta ni bien lanzó la pregunta. La mujer era idéntica al grabado en roca que había encontrado dentro de la cueva.

 

—Hija mía, soy Quilla, la Luna misma. Necesitas apresurarte. Cuando tomaste ese pincel dedicado a mi culto, le quistaste el color a todo lo que nos rodea. Bueno, a todo menos a mí y a ti. Aún tienes el pincel. Por eso no fuiste afectada. Si no recuperas el color, toda la creación perderá su esencia… creo que tú le llamas espíritu. Debes buscar el origen de los 7 colores del Kurmi [1] antes que sea demasiado tarde. No será fácil. Podré ayudarte muy poco. El color es el alma de la Pachamama y sin su alma, nadie podrá proteger a los seres vivos del vacío que vendrá.

 

—¿Cómo podré hacer eso? —Zelena preguntó con miedo. La diosa de la Luna parecía muy maternal y no la juzgaba, pero la joven sabía que todo esto fue por culpa de su propia curiosidad. —Si devuelvo el pincel, ¿se arreglará todo?

 

— Hija mía, eso no bastará. Como dije, debes recuperar los colores tú misma. Cada color que recuperes debe manchar la punta del pincel y luego de haber completado esta ardua tarea, podrás devolver el pincel a mi templo para que yo siga cuidándolo. —Mama Quilla respondió con tono maternal. —Son 7 colores los que deberás recuperar. Algunos serán más fáciles que otros por la relación entre ellos, pero la mayoría de ellos deberás buscarlos de maneras no convencionales. Quizás pueda ayudarte con alguno de ellos. Saca el pincel y tenlo en tu mano izquierda. Cierra los ojos.

 

Zelena hizo como se le pidió. No entendía cómo podía encontrar un color estando ahí parada, pero no podía contradecir a una diosa.

 

—Te daré algo de beber. Trata de fluir con lo que sientas. Si pasas esta prueba, puede que recuperes alguno de los colores. No puedo asegurar que funcione porque depende del corazón de cada ser, pero vale la pena intentar. —Mama Quilla dijo mientras ponía en la mano derecha de Zelena un tazón con un líquido.  —No puedes abrir los ojos hasta que pases la prueba porque eso invalidaría la prueba de sensibilidad a la cual debo someterte.

 

La joven llevó la bebida a sus labios y la saboreó. Su mente y corazón viajaron al pasado. Ese sabor único era de su plato favorito, pero hecho con la receta de su madre. Un mar de emociones y memorias la invadieron. El amor, la protección y la compañía materna se hicieron tangibles en su boca. Sintió, inevitablemente, una lágrima nostálgica atravesar su mejilla izquierda. En su corazón ella se sentía una niña de 8 años otra vez.

 

—Hija mía, ¡parece que funciona!  Abre tus ojos y mira. —Mama Quilla dijo emocionada.

 

Cuando Zelena abrió sus ojos, el ambiente a su alrededor seguía siendo blanco y negro, pero su vista periférica notó un cambio en las cerdas del pincel. Su lágrima había humedecido la punta del pincel y podía distinguir 2 colores en ella. El color violeta y el color azul se manifestaron separados por cerdas sin color, en la reliquia artística.

 

—Funcionó mejor de lo que pensé. Parece que tus sentimientos fueron bastante fuertes. Has obtenido dos colores. ¿Qué fue lo que sentiste, Zelena? —la antigua diosa observó.

 

—Sentí nostalgia por mi madre y sentí todo su amor en mi espíritu. No pensé que extrañara tanto el detalle de mi comida favorita. Creo que cuando crecí lo di por sentado. Gracias por recordarme lo importante de esto en mi vida. —Zelena respondió.

 

—Hija mía, es un gran avance, pero no hay tiempo que perder. Ve, empieza tu camino. El pincel te guiará ya que también desea de vuelta sus colores. Yo debo regresar a mi templo y orar para detener los efectos. Debo concentrar mis fuerzas en proteger por más tiempo el balance de la vida ya que solo tenemos hasta la Luna llena de hoy. ¡Apresúrate! —Diciendo esto la deidad de la Luna desapareció. Zelena debía empezar su misión sin espacio a la duda.

 

Usando el pincel a modo de brújula comenzó su camino hacia el norte. Si los recuerdos de sus clases de teoría del color eran correctos, el arco iris estaba compuesto por los colores rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta. Tenía que encontrar a como dé lugar los 5 colores restantes.

 

Su caminata fue silenciosa, pero no porque no se haya encontrado a nadie. Encontró un par de zorros, pero en vez de tener su coloración de fuego, sus pieles eran grises. Parecía ser una consecuencia adicional que los sonidos de la naturaleza también hayan desaparecido. Vio algunas aves en el cielo, pero al igual que los zorros, parecían tristes, sin energía y sin emitir las melodías que sus especies acostumbraban, a pesar de ver como sus bocas y picos se movían. El silencio ensordecedor la hizo sentir nuevamente que estaba en una película antigua: blanco y negro y muda.

 

Hacía mucho calor. Decidió sentarse un rato y beber agua. No podía creer que en verdad conoció a Mama Quilla. Era cierto que todo el problema empezó por culpa de su curiosidad, pero no podía dejar de pensar que los dioses no eran seres vengativos o destructivos como se les hacía ver en las clases de historia. La magia de los dioses es real, todo menos ella y la diosa perdieron su color. Ese último pensamiento la hizo caer en cuenta de algo esperanzador. Si la diosa Lunar no fue afectada, es lógico pensar que el Sol tampoco sea afectado. Es cierto que la esfera de fuego en el firmamento no tenía color, pero es porque solo se trata de una manifestación física del dios Inti, casado con su hermana mayor, Mama Quilla, la diosa de la Luna, con quien compartía una igualdad de rango en la corte celestial, por lo que tampoco debería haber sido afectado por el pincel.

 

Su mente aceptó lo que debió aceptar hace tantas horas. El pincel la había guiado por el camino hasta la ubicación en la que el Sol se sintiera más fuerte al medio día. Desde el Sol se acercaba una gota de luz dorada, lo único colorido en todo el paisaje.

 

La luz amarilla se posicionó sobre el pincel, calentándolo súbitamente. No es que se tratase de un calor insoportable, pero el aumento de temperatura en su mano la sorprendió y Zelena dejó caer la reliquia. Las cerdas ahora mostraban 3 colores: amarillo, azul y violeta. El pincel cayó en la sombra de una roca. Zelena se agachó para recogerlo y pudo notar un nuevo color. Entre el violeta y el azul, el color índigo, también conocido como añil o noche, aparecía. La sombra no puede existir sin la luz. Con esperanzas renovadas, tomó el pincel y se concentró fuertemente para que el artefacto la guiará más en su camino.

 

Esta vez, tomó un camino hacia el este. Unos cuantos kilómetros caminados y Zelena se encontró con algunas plantas con púas afiladas. El terreno era muy escarpado. El pincel le indicaba que bajara, pero era muy arriesgado. Debería buscar un mejor camino para llegar a la zona indicada. Cuando se disponía a dar la vuelta, perdió el equilibrio y rodó. El terreno era tan empinado que no pudo hacer nada para detenerse. La arena, las piedras y las plantas con espinas lastimaron su piel, abriendo heridas. Nunca soltó el pincel a pesar del dolor que su cuerpo estaba experimentando. El impulso de la caída fue reduciendo hasta detenerse por completo cuando llegó a una parte plana.

 

Adolorida, se puso de pie con dificultad. Tenía raspones en las piernas y manos. Parecían leves. Sin embargo, sí tenía una herida profunda en el brazo izquierdo. La sangre corría en un chorro contante, empapando el pincel con gotas escarlata. En la base de las cerdas, el color rojo brillaba con fuerza. Era el segundo color que encontraba por accidente.

 

Tal vez haya sido el estrés de la caída, la falta de alimentos, la sensación de abandono por parte de los dioses o la mezcla de todas las anteriores la causa de sus lágrimas de impotencia. Solo era humana. Es cierto que tenía que hacerse cargo del desastre causado, pero ¿por qué no la apoyaron los dioses con todo su poder, evitando que ahora su cuerpo tenga cicatrices? ¿Acaso los dioses solo son meros espectadores que no se involucran en la vida de los mortales cuando las cosas salen mal? Las lágrimas marcaban surcos en sus mejillas manchadas con arena, sudor y sangre. Zelena sentía frustración, pero necesitaba llorar. Era momento de pensar, aunque sea temporalmente, en ella. Necesitaba ser egoísta por unos segundos. Su propia personalidad no le permitiría dejar a medias algo tan importante, pero el momento catártico era algo que necesitaba para sí.

 

Sin previo aviso, su pecho emitió una luz anaranjada que se posicionó entre los colores rojo y amarillo, ubicados en las cerdas del pincel. Esto la calmó finalmente. ¿Será posible que el egoísmo natural de los seres vivos tenga un color? Zelena nunca se había puesto a pensar en eso, pero tenía sentido según lo que había vivido ese día: el amor por su madre manifestó el color violeta; el azul simbolizó su nostalgia; el amarillo su humildad al reconocer la divinidad de un ser superior; el añil la tranquilidad que se siente de noche al dormir, por eso el simbolismo de la sombra; el rojo de su sangre definitivamente representó la vida y la pasión por vivir y el anaranjado, su egoísmo. No necesariamente todas las emociones deben ser positivas. Definitivamente esa lección le serviría para más adelante, pero pensó que ya no debería perder el tiempo. El Sol se estaba poniendo y todavía faltaba su color favorito: el verde. El tiempo se estaba agotando.

 

El pincel mostraba 6 colores en sus cerdas. Había un espacio gris, entre el amarillo y el azul. Zelena oró mentalmente para que el tiempo se detuviese y ella pudiera llegar a tiempo a la ubicación de la esencia del verde. El pincel comenzó a brillar con cada color por turnos. El ciclo de brillo era rotativo y cada vez era más rápido. La magia de la reliquia artística se sentía con fuerza. Una luz blanca rodeó a Selena, cegándola. Cuando recupero la visión, notó que estaba nuevamente en el templo de Quilla. Había sido teletransportada.

 

—Hija mía, lo lograste. Y justo a tiempo. —Mama Quilla la recibió en su templo con mirada cariñosa.

 

—Pero si he fallado. La Luna está a punto de salir y aún me falta el color verde. No lo he encontrado. —Zelena respondió. Sus ojos humedeciéndose.

 

—Hijita, aún no lo entiendes. Has tenido éxito. No es coincidencia que te llames Zelena. Ese nombre viene de uno de mis nombres, lejos del mar. Creo que tú la conoces como Selene, pero también significa verde en algunos idiomas antiguos. Como diosa tengo varios nombres y he estado en el culto de varias personas, no solo aquí. Me has demostrado tu capacidad para la esperanza y para el amor desinteresado. El verde vive en ti. Debes reconocerlo. Hiciste hasta lo imposible por recuperar el color del mundo y salvarlo. —Mientras Mama Quilla hablaba, una luz verde emanaba del pecho de Zelena, completando así los 7 colores del Kurmi.

 

—Hija querida, no debes dudar de tu capacidad de darle color a la vida. Sé que con el pasar de los años, has sentido que la monotonía te invadía como ese gris invadió el mundo. Creo que necesitabas esto para despertar la pasión y la inspiración. —Mama Quilla tomó el pincel de las manos de Zelena y lo llevó hacia el altar. El pincel, flotando a unos centímetros del altar, emitió una onda expansiva que parecía un halo de los 7 colores. Si bien estaban dentro de una caverna, se pudo sentir el sonido de la vida afuera: aves, el sonido del agua en el lago que se encontraba cerca al altar, y otras muestras de actividad nocturna. Las pocas plantas en el templo recuperaron su coloración verdosa.

 

—Muchas gracias, querida hija. Permíteme sanar tus heridas y llevarte al descanso que mereces. — La diosa de la Luna arrojó su aliento sobre Zelena. Sus heridas se cerraban y la sangre se limpiaba. Una vez curada, Zelena sintió sus energías renovadas. Mama Quilla la abrazó y besó su frente antes de cubrirla con su manto. Lo siguiente que Zelena vio fue el cuarto en el que dormía en la casa de su tía. Invadida por la somnolencia tranquila, Zelena durmió sin soñar. La Luna llena se filtraba por la ventana.

 

La mañana siguiente la joven mujer fue despertada por su tía saludándola por su cumpleaños. No sabía el cómo, pero podía distinguir que le habló en castellano. Algo había hecho la diosa Lunar para que pudiera sentir el día anterior el quechua como idioma natal. Definitivamente cumplir años ese día sería especial. No podría olvidar lo aprendido ni la conexión divina, aunque no pensaba contarle a nadie que compartía un secreto con la Luna. Miró por la ventana, vio los matices de colores que el paisaje le regalaba y respiró profundamente mientras sonreía. Nunca había visto tan bella la combinación de colores como en ese momento. ¡Sería un gran día!

 

 

 


 



[1] Arco Iris en quechua.

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