Ian Wolftackler
ya no creía en los cuentos que el pueblo hacía correr. Se decía que su
antepasada había dejado oculto un legado familiar. Esa supuesta herencia, según
las narraciones, tenía un gran valor, sin embargo, Ian había buscado por toda
la casa, con la ayuda de sus padres y sus abuelos maternos. No tuvieron éxito,
en parte porque no sabían qué apariencia tenía aquella reliquia y en parte
también porque ya no sabían en dónde más buscar. Si tan solo pudieran encontrar
lo que tanto buscaban, sus problemas podrían desaparecer.
La juventud de
Ian le permitía llevar a cabo su labor con bastante energía. A sus escasos 17
años era considerado uno de los mejores y más eficientes mensajeros en todo su
pueblo, sin embargo, la situación se había vuelto complicada con el bloqueo de
las rutas gracias a los asaltantes que invadieron los distintos caminos. La
comunicación entre pueblo y pueblo era ahora una tarea peligrosa y el bosque no
permitía el ingreso de alguna expedición para capturar a los invasores, en
especial porque nadie podía estar seguro acerca de la cantidad de miembros de
aquella banda de bandidos. Estos ladrones eran lo suficientemente inteligentes
para no acercarse mucho a los pueblos. Esto no solo afectaba el espíritu
aventurero de Ian si no también su economía: al no poder salir del pueblo a
dejar los mensajes, no le pagaban. El invierno se acercaba y la realidad
empeoraba día con día.
El invierno se
tornó más crudo y la abuela de Ian cayó muy enferma. La curandera del pueblo
podría curarla solo si conseguía ciertas hierbas que crecían cerca del pueblo
más cercano, ubicado cruzando uno de los caminos del bosque con el cual
limitaban ambos pueblos. Ian era el único que conocía casi todas las rutas como
si fueran las líneas de las palmas de sus manos así que decidió ir en búsqueda
de las hierbas necesarias. Sin decirle a nadie su plan, esa noche Ian se vistió
con ropa negra, calzó sus botas de estilo cazador, se armó con su cuchillo de viaje y se adentró
en el bosque. Llevaba consigo una mochila con algunos víveres y algunos
recipientes para colocar las hierbas en caso pudiese encontrarlas.
La medianoche
silenciosa en el bosque era más peligrosa que el ruidoso día. Al menos con la
luz del sol se podría ver los accidentes propios del terreno. Los animales que
habitaban el bosque temían acercarse a los viajeros, pero ese temor aumentó con
la presencia de los asaltantes. Se decía que nadie habría sobrevivido a un
encuentro con ellos. Era esa obscuridad y ese silencio lo que los hacía más letales.
Ian estuvo
caminando por algunas horas. Normalmente ese viaje lo hacía en 40 minutos a lo
mucho, pero no podía darse el lujo de usar una de las linternas de aceite que
tenían en casa. Eso delataría su presencia. El camino se hacía más accidentado,
lo que significaba que aún iba recién a la mitad del trayecto. Tendría que
tomar el camino de la izquierda en la siguiente trifurcación.
Todo parecía
tranquilo, pero al no ver bien por dónde pisar, Ian tropezó haciendo ruido al
caer. Los asaltantes lo habían escuchado y se acercaban velozmente. Lo más sensato sería perderlos. Debería tomar
uno de los otros caminos, los cuales nunca había explorado por su antigüedad y
extenso follaje. En la división del sendero había un cartel con flechas
indicando los nombres de los caminos: El de la izquierda (aquel que debía
tomar) tenía el nombre de “Sendero Luminoso”, mientras que el camino central
fue nombrado “Camino de la Flor” y el camino de la derecha había sido bautizado
como “Paseo de la Aguja”. Tomó el camino del extremo derecho que le pareció el
más apropiado para huir gracias a los espinos que crecían a cada lado.
Los ruidos de
persecución se alejaban. Aparentemente, los perseguidores tomaron el “Sendero
Luminoso”. Ian siguió corriendo a ciegas con el objetivo de aumentar la
distancia entre él y los delincuentes, pero volvió a tropezar. Esta vez rodó
por una pequeña colina hasta llegar a la puerta de una cabaña de madera. La luz
de la luna llena iluminaba con más fuerza esta parte del bosque, lo que le
permitió echarle un buen vistazo mientras se levantaba. La apariencia
descuidada de la cabaña le indicaba que hace muchos años no había sido habitada.
Una curiosidad
poderosa se apoderó de sus pensamientos. Sentía la necesidad de explorar y
conocer los secretos de la casa. Era
como si alguien lo estuviese llamando silenciosamente. Naturalmente, resistirse
a la curiosidad es inútil. Cuidadosamente abrió la puerta e ingresó.
El interior de
la cabaña consistía en un gran cuarto con divisiones. Por un lado había una
cama antigua junto a un ropero de madera, ambos muebles mostraban evidencias de
haber sido banquete de termitas. Cerca de la puerta de entrada se encontraba lo
que en el pasado habría sido una cocina. La luz que se filtraba por las
ventanas le daba un carácter fantasmagórico a las abundantes telas de araña que
colgaban de los techos. Se sentía un olor a moho propio de lugares húmedos en
los que no se ha limpiado en mucho tiempo. Algunos cuadros colgaban de las
desgastadas paredes. Uno de los cuadros le llamó más la atención. Lo había
visto antes.
El cuadro
mostraba a una niña de ojos abiertos cuyas facciones eran muy parecidas a las
de Ian. Ella vestía una capa. El color de la pintura estaba desvanecido, y no
se podría distinguir los pigmentos originales, pero no existía duda alguna: era
el mismo cuadro que tenía en su casa y representaba a su antepasada, aquella
que se decía había ocultado la reliquia familiar que las historias del pueblo
mencionaban. La presencia de ese cuadro querría decir que esta es la casa de la
cual se contaban tantas leyendas. Todos la buscaron, pero nunca pudieron ubicarla.
Se decía que solo un heredero digno y de corazón puro podría encontrarla. Ian
no creía en eso, pero dar con la cabaña le hizo tambalear su incredulidad.
-“Ian… hijo
mío…eres el elegido. Encuentra mi legado y salva a los tuyos”- Una voz femenina
invadió la cabaña vacía.
Ian sintió
miedo. No había nadie más en la casa. La voz parecía venir de todas partes y a
la vez de su propio interior.
-“Ian… no hay
tiempo que perder…busca en la casa… encontrarás mi regalo”- La voz resonaba,
esta vez con mayor urgencia.
La voz se
calló. No le haría ningún mal echar un vistazo alrededor de la casa, a pesar
del miedo que sentía. El piso crujía bajo sus pesadas botas con cada paso que
daba. Revisó el ropero pero no encontró nada. Inspeccionó debajo de la cama y
lo único que encontró fue el polvo acumulado a lo largo de los años. Examinó
cada rincón de la casa y no encontró el objeto que estaba buscando (ni siquiera
sabía qué estaba buscando). Ya estaba a punto de rendirse cuando vio un montón
de sábanas que cubrían algo en un rincón obscuro de la casa. Se acercó con
esperanzas renovadas y levantó las telas blancas. Bajo ellas encontró un baúl
hecho de cedro.
La cerradura
estaba oxidada. Utilizando su cuchillo a modo de palanca logró levantar la tapa
del baúl. Dentro encontró una capa escarlata cuidadosamente doblada. Junto a
ella había un trozo de madera con letras grabadas:
A mis hijos e hijas,
Les dejo esta capa que me acompañó desde
niña.
Úsenla para escuchar mejor,
Para oler mejor,
Para defenderse mejor.
Siempre suya.
C.R.
Ian sacó la
capa del baúl. La misma fuerza misteriosa que lo había invadido con curiosidad
momentos antes lo impulsó a ponérsela. La capa tenía una capucha. En cuanto se
cubrió la cabeza, imágenes invadieron su mente. Parecían recuerdos ajenos: Un
lobo saltando desde la cama; un ataque sangriento; una persecución; la
rasgadura de ropa; el olor a sangre; un cuchillo cortando el aire y dando de
lleno en el pecho del animal; la salvación de la abuela… Ese era el legado que
tanto buscaba.
-“Ian, esa fue
mi capa. Cuando tu tatarabuelo me salvó del lobo, la sangre del animal cayó en
mi ropa. No sé por qué, pero eso la hizo especial, la hizo mágica.”- La voz
volvió a escucharse, pero esta vez cuando Ian volteó a buscar la fuente,
encontró una joven mujer parada frente a él. El espíritu de su antepasada se le
había presentado.
-“Lo que vi…se
sintió tan real… como si yo lo hubiera vivido, pero eran tus recuerdos
¿verdad?”- Ian pudo decir. No necesitaba
confirmación. Él sabía que era cierto.
-“No hay mucho
tiempo, Ian. Yo cuidaré a tu abuela mientras tú te enfrentas a esos bandidos
invasores y regresas con las hierbas que necesitamos. Nuestra familia siempre
ha protegido el bosque desde ese día. Apresúrate… no podré mantener mi
presencia en este mundo por mucho tiempo. La capa te protegerá. ¿Puedes sentir
que tu interior ya cambió? Es el poder de la capa. Ahora, ve con valor hijo mío.
La seguridad del bosque y la vida de tu abuela están en tus manos.”- el
espíritu de la mujer se desvaneció al mencionar la última frase.
Ian se quedó
en silencio, nuevamente solo en la casa. Sentía como una energía nueva le
llenaba el cuerpo. A pesar de estar lejos, podía oír las voces y las respiraciones
de los bandidos. Su sentido del olfato le decían que estaban a unos dos
kilómetros al este y que solo eran cinco hombres. Se sentía más fuerte y seguro
de sí. Por sus venas corría sangre de
cazador. Él no tendría forma de saberlo, pero sus ojos se tornaron dorados.
Sabía lo que tenía que hacer. Era momento de enfrentar su destino.
Salió de la
cabaña. Pudo notar que sus pasos eran más ágiles. Podía sentir sus músculos
inflarse con una fuerza renovada. Su olfato no le mentía. Corrió por los
caminos, evitando cualquier espina o árbol bajo. El bosque era suyo y ya no
existían secretos para él, no importaba que la luz de la luna haya sido tapada
por una nube. No tardó más de 10 minutos en encontrar a los cinco bandidos que
habían aterrorizado a tantos viajeros. Los asaltantes no notaron su presencia
en las sombras. Ellos estaban alrededor de una fogata, comiendo la carne de un
venado.
Ian utilizó
toda su habilidad y con sigilo rodeó los
árboles. Cuando llegó al otro lado, su garganta soltó un aullido que les heló
la sangre a los hombres. Los bandidos cogieron sus armas: uno cogió una ballesta,
el segundo un machete, otro levantó un látigo mientras que el cuarto y el
quinto cogieron armas de fuego. Se estaban preparando para defenderse.
Con velocidad
y ferocidad canina, Ian salió de su escondite y atacó a cada uno. Ninguno tuvo
oportunidad. El hombre de la ballesta falló su tiro y la flecha dio contra un
árbol mientras que él caía al suelo, víctima de las garras que Ian había usado
en su contra. Ambos hombres con las armas de fuego intentaron dispararle a
aquella sombra roja, pero se movió tan rápido que las balas cayeron en las
piernas del otro, tumbándolos en el piso. Ian se acercó al hombre con el
machete y de una patada lo dejó sin aire en pasto mientras que el hombre el
látigo intentó huir.
Ian cerró sus
ojos y juntó sus manos. Una energía roja cubrió las palmas de sus manos.
Lentamente Ian fue separando sus manos y la energía iba tomando forma. Primero
un animal parecido a un cachorro de perro, luego el cachorro fue creciendo y se
convirtió en el cuerpo de un lobo enorme. El lobo energético aulló al cielo y
corrió hacia el hombre que huía. Luego de unos segundos, la bestia regresó con
el hombre sobre su lomo. El lobo se puso a los pies de Ian y desapareció. Se
acercaba el amanecer y aún había mucho por hacer.
El canto del
gallo anunció la llegada del nuevo día. Las actividades diarias ya habían
empezado en el pueblo, pero todos dejaron lo que estaban haciendo al ver a Ian
salir del bosque, vestido con ropa negra y una capa roja. Estaba jalando a
cinco hombres con un látigo mientras caminaban con una expresión de terror en
sus rostros. Ian había vencido a sus atacantes, pero lo había hecho sin caer en
el abismo del cual no hay retorno: no los había matado, solo los incapacitó.
En silencio se
acercó a la curandera y le entregó las hierbas para su abuela. Siguió
arrastrando a los cinco hombres y se los entregó al comisario, quien no
encontraba su voz para preguntar qué había pasado. Los habitantes del pueblo no
sabían por qué pero comenzaron a sentir un respetuoso temor hacia Ian, quien decidió
que sería bueno dormir un poco antes de buscar nuevas aventuras. Un sentimiento
de orgullo y un sentido de propósito lo invadieron mientras se metía a su cama.
Se abrían nuevas posibilidades, pero eso es historia para otra noche de luna
llena.
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