jueves, 28 de julio de 2016

LA HERENCIA FAMILIAR




Ian Wolftackler ya no creía en los cuentos que el pueblo hacía correr. Se decía que su antepasada había dejado oculto un legado familiar. Esa supuesta herencia, según las narraciones, tenía un gran valor, sin embargo, Ian había buscado por toda la casa, con la ayuda de sus padres y sus abuelos maternos. No tuvieron éxito, en parte porque no sabían qué apariencia tenía aquella reliquia y en parte también porque ya no sabían en dónde más buscar. Si tan solo pudieran encontrar lo que tanto buscaban, sus problemas podrían desaparecer.

La juventud de Ian le permitía llevar a cabo su labor con bastante energía. A sus escasos 17 años era considerado uno de los mejores y más eficientes mensajeros en todo su pueblo, sin embargo, la situación se había vuelto complicada con el bloqueo de las rutas gracias a los asaltantes que invadieron los distintos caminos. La comunicación entre pueblo y pueblo era ahora una tarea peligrosa y el bosque no permitía el ingreso de alguna expedición para capturar a los invasores, en especial porque nadie podía estar seguro acerca de la cantidad de miembros de aquella banda de bandidos. Estos ladrones eran lo suficientemente inteligentes para no acercarse mucho a los pueblos. Esto no solo afectaba el espíritu aventurero de Ian si no también su economía: al no poder salir del pueblo a dejar los mensajes, no le pagaban. El invierno se acercaba y la realidad empeoraba día con día.

El invierno se tornó más crudo y la abuela de Ian cayó muy enferma. La curandera del pueblo podría curarla solo si conseguía ciertas hierbas que crecían cerca del pueblo más cercano, ubicado cruzando uno de los caminos del bosque con el cual limitaban ambos pueblos. Ian era el único que conocía casi todas las rutas como si fueran las líneas de las palmas de sus manos así que decidió ir en búsqueda de las hierbas necesarias. Sin decirle a nadie su plan, esa noche Ian se vistió con ropa negra, calzó sus botas de estilo cazador,  se armó con su cuchillo de viaje y se adentró en el bosque. Llevaba consigo una mochila con algunos víveres y algunos recipientes para colocar las hierbas en caso pudiese encontrarlas.

La medianoche silenciosa en el bosque era más peligrosa que el ruidoso día. Al menos con la luz del sol se podría ver los accidentes propios del terreno. Los animales que habitaban el bosque temían acercarse a los viajeros, pero ese temor aumentó con la presencia de los asaltantes. Se decía que nadie habría sobrevivido a un encuentro con ellos. Era esa obscuridad y ese silencio lo que los hacía más letales.

Ian estuvo caminando por algunas horas. Normalmente ese viaje lo hacía en 40 minutos a lo mucho, pero no podía darse el lujo de usar una de las linternas de aceite que tenían en casa. Eso delataría su presencia. El camino se hacía más accidentado, lo que significaba que aún iba recién a la mitad del trayecto. Tendría que tomar el camino de la izquierda en la siguiente trifurcación.

Todo parecía tranquilo, pero al no ver bien por dónde pisar, Ian tropezó haciendo ruido al caer. Los asaltantes lo habían escuchado y se acercaban velozmente.  Lo más sensato sería perderlos. Debería tomar uno de los otros caminos, los cuales nunca había explorado por su antigüedad y extenso follaje. En la división del sendero había un cartel con flechas indicando los nombres de los caminos: El de la izquierda (aquel que debía tomar) tenía el nombre de “Sendero Luminoso”, mientras que el camino central fue nombrado “Camino de la Flor” y el camino de la derecha había sido bautizado como “Paseo de la Aguja”. Tomó el camino del extremo derecho que le pareció el más apropiado para huir gracias a los espinos que crecían a cada lado.

Los ruidos de persecución se alejaban. Aparentemente, los perseguidores tomaron el “Sendero Luminoso”. Ian siguió corriendo a ciegas con el objetivo de aumentar la distancia entre él y los delincuentes, pero volvió a tropezar. Esta vez rodó por una pequeña colina hasta llegar a la puerta de una cabaña de madera. La luz de la luna llena iluminaba con más fuerza esta parte del bosque, lo que le permitió echarle un buen vistazo mientras se levantaba. La apariencia descuidada de la cabaña le indicaba que hace muchos años no había sido habitada.

Una curiosidad poderosa se apoderó de sus pensamientos. Sentía la necesidad de explorar y conocer los secretos de la casa.  Era como si alguien lo estuviese llamando silenciosamente. Naturalmente, resistirse a la curiosidad es inútil. Cuidadosamente abrió la puerta e ingresó.

El interior de la cabaña consistía en un gran cuarto con divisiones. Por un lado había una cama antigua junto a un ropero de madera, ambos muebles mostraban evidencias de haber sido banquete de termitas. Cerca de la puerta de entrada se encontraba lo que en el pasado habría sido una cocina. La luz que se filtraba por las ventanas le daba un carácter fantasmagórico a las abundantes telas de araña que colgaban de los techos. Se sentía un olor a moho propio de lugares húmedos en los que no se ha limpiado en mucho tiempo. Algunos cuadros colgaban de las desgastadas paredes. Uno de los cuadros le llamó más la atención. Lo había visto antes.

El cuadro mostraba a una niña de ojos abiertos cuyas facciones eran muy parecidas a las de Ian. Ella vestía una capa. El color de la pintura estaba desvanecido, y no se podría distinguir los pigmentos originales, pero no existía duda alguna: era el mismo cuadro que tenía en su casa y representaba a su antepasada, aquella que se decía había ocultado la reliquia familiar que las historias del pueblo mencionaban. La presencia de ese cuadro querría decir que esta es la casa de la cual se contaban tantas leyendas. Todos la buscaron, pero nunca pudieron ubicarla. Se decía que solo un heredero digno y de corazón puro podría encontrarla. Ian no creía en eso, pero dar con la cabaña le hizo tambalear su incredulidad.
-“Ian… hijo mío…eres el elegido. Encuentra mi legado y salva a los tuyos”- Una voz femenina invadió la cabaña vacía.

Ian sintió miedo. No había nadie más en la casa. La voz parecía venir de todas partes y a la vez de su propio interior.

-“Ian… no hay tiempo que perder…busca en la casa… encontrarás mi regalo”- La voz resonaba, esta vez con mayor urgencia.

La voz se calló. No le haría ningún mal echar un vistazo alrededor de la casa, a pesar del miedo que sentía. El piso crujía bajo sus pesadas botas con cada paso que daba. Revisó el ropero pero no encontró nada. Inspeccionó debajo de la cama y lo único que encontró fue el polvo acumulado a lo largo de los años. Examinó cada rincón de la casa y no encontró el objeto que estaba buscando (ni siquiera sabía qué estaba buscando). Ya estaba a punto de rendirse cuando vio un montón de sábanas que cubrían algo en un rincón obscuro de la casa. Se acercó con esperanzas renovadas y levantó las telas blancas. Bajo ellas encontró un baúl hecho de cedro.

La cerradura estaba oxidada. Utilizando su cuchillo a modo de palanca logró levantar la tapa del baúl. Dentro encontró una capa escarlata cuidadosamente doblada. Junto a ella había un trozo de madera con letras grabadas:


A mis hijos e hijas,
Les dejo esta capa que me acompañó desde niña.
Úsenla para escuchar mejor,
Para oler mejor,
Para defenderse mejor.
Siempre suya.
C.R.


Ian sacó la capa del baúl. La misma fuerza misteriosa que lo había invadido con curiosidad momentos antes lo impulsó a ponérsela. La capa tenía una capucha. En cuanto se cubrió la cabeza, imágenes invadieron su mente. Parecían recuerdos ajenos: Un lobo saltando desde la cama; un ataque sangriento; una persecución; la rasgadura de ropa; el olor a sangre; un cuchillo cortando el aire y dando de lleno en el pecho del animal; la salvación de la abuela… Ese era el legado que tanto buscaba.

-“Ian, esa fue mi capa. Cuando tu tatarabuelo me salvó del lobo, la sangre del animal cayó en mi ropa. No sé por qué, pero eso la hizo especial, la hizo mágica.”- La voz volvió a escucharse, pero esta vez cuando Ian volteó a buscar la fuente, encontró una joven mujer parada frente a él. El espíritu de su antepasada se le había presentado.

-“Lo que vi…se sintió tan real… como si yo lo hubiera vivido, pero eran tus recuerdos ¿verdad?”-  Ian pudo decir. No necesitaba confirmación. Él sabía que era cierto.

-“No hay mucho tiempo, Ian. Yo cuidaré a tu abuela mientras tú te enfrentas a esos bandidos invasores y regresas con las hierbas que necesitamos. Nuestra familia siempre ha protegido el bosque desde ese día. Apresúrate… no podré mantener mi presencia en este mundo por mucho tiempo. La capa te protegerá. ¿Puedes sentir que tu interior ya cambió? Es el poder de la capa. Ahora, ve con valor hijo mío. La seguridad del bosque y la vida de tu abuela están en tus manos.”- el espíritu de la mujer se desvaneció al mencionar la última frase.

Ian se quedó en silencio, nuevamente solo en la casa. Sentía como una energía nueva le llenaba el cuerpo. A pesar de estar lejos, podía oír las voces y las respiraciones de los bandidos. Su sentido del olfato le decían que estaban a unos dos kilómetros al este y que solo eran cinco hombres. Se sentía más fuerte y seguro de sí.  Por sus venas corría sangre de cazador. Él no tendría forma de saberlo, pero sus ojos se tornaron dorados. Sabía lo que tenía que hacer. Era momento de enfrentar su destino.

Salió de la cabaña. Pudo notar que sus pasos eran más ágiles. Podía sentir sus músculos inflarse con una fuerza renovada. Su olfato no le mentía. Corrió por los caminos, evitando cualquier espina o árbol bajo. El bosque era suyo y ya no existían secretos para él, no importaba que la luz de la luna haya sido tapada por una nube. No tardó más de 10 minutos en encontrar a los cinco bandidos que habían aterrorizado a tantos viajeros. Los asaltantes no notaron su presencia en las sombras. Ellos estaban alrededor de una fogata, comiendo la carne de un venado.

Ian utilizó toda su habilidad y con sigilo rodeó  los árboles. Cuando llegó al otro lado, su garganta soltó un aullido que les heló la sangre a los hombres. Los bandidos cogieron sus armas: uno cogió una ballesta, el segundo un machete, otro levantó un látigo mientras que el cuarto y el quinto cogieron armas de fuego. Se estaban preparando para defenderse.
Con velocidad y ferocidad canina, Ian salió de su escondite y atacó a cada uno. Ninguno tuvo oportunidad. El hombre de la ballesta falló su tiro y la flecha dio contra un árbol mientras que él caía al suelo, víctima de las garras que Ian había usado en su contra. Ambos hombres con las armas de fuego intentaron dispararle a aquella sombra roja, pero se movió tan rápido que las balas cayeron en las piernas del otro, tumbándolos en el piso. Ian se acercó al hombre con el machete y de una patada lo dejó sin aire en pasto mientras que el hombre el látigo intentó huir.

Ian cerró sus ojos y juntó sus manos. Una energía roja cubrió las palmas de sus manos. Lentamente Ian fue separando sus manos y la energía iba tomando forma. Primero un animal parecido a un cachorro de perro, luego el cachorro fue creciendo y se convirtió en el cuerpo de un lobo enorme. El lobo energético aulló al cielo y corrió hacia el hombre que huía. Luego de unos segundos, la bestia regresó con el hombre sobre su lomo. El lobo se puso a los pies de Ian y desapareció. Se acercaba el amanecer y aún había mucho por hacer.

El canto del gallo anunció la llegada del nuevo día. Las actividades diarias ya habían empezado en el pueblo, pero todos dejaron lo que estaban haciendo al ver a Ian salir del bosque, vestido con ropa negra y una capa roja. Estaba jalando a cinco hombres con un látigo mientras caminaban con una expresión de terror en sus rostros. Ian había vencido a sus atacantes, pero lo había hecho sin caer en el abismo del cual no hay retorno: no los había matado, solo los incapacitó.

En silencio se acercó a la curandera y le entregó las hierbas para su abuela. Siguió arrastrando a los cinco hombres y se los entregó al comisario, quien no encontraba su voz para preguntar qué había pasado. Los habitantes del pueblo no sabían por qué pero comenzaron a sentir un respetuoso temor hacia Ian, quien decidió que sería bueno dormir un poco antes de buscar nuevas aventuras. Un sentimiento de orgullo y un sentido de propósito lo invadieron mientras se metía a su cama. Se abrían nuevas posibilidades, pero eso es historia para otra noche de luna llena.






 DISCLAIMER: La imagen no me pertenece y no intento obtener beneficio alguno al usarla. La utilizo solamente con fines de ilustración. Si alguno de los lectores es el dueño o dueña o conocen quién la creó, avísenme para darle el crédito.

Bye



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