domingo, 6 de noviembre de 2016

La Lección que Faltaba



Raphael Leoncio “Ralphi” Fernan Urso era su nombre completo y él lo detestaba. Sus amigos lo llamaban Ralphi, y aunque no era su favorito, lo prefería al nombre que figuraba en su certificado de nacimiento. Si él no hubiera contado con la disciplina que solo se logra al practicar Houquan (o Kung Fu, estilo del Mono), habría golpeado a todos sus amigos por utilizar el apodo cariñoso que su abuela usaba con él.

A sus 18 años su personalidad se había vuelto más competitiva y exigente. Ralphi entrenaba todas las mañanas antes de ir a sus clases de enfermería (carrera que seguía tanto por pasión como por tradición familiar). Por las tardes apoyaba unas horas en el restaurante de su abuela. La rutina de Ralphi era ajustada, y aunque había aprendido muy bien a organizarse, había ocasiones que deseaba un poco más de control sobre su tiempo libre.

Siendo tan organizado y disciplinado, siempre tuvo una obsesión por el orden y el control de las situaciones en su vida. La filosofía de su arte marcial dictaba que tuviera serenidad de mente, que aceptara lo que no podría cambiar, es decir que fluyera en armonía y equilibrio con la naturaleza, sin embargo, esa era una lección que aún no dominaba y eso le estaba generando problemas en sus relaciones interpersonales.

Un trabajo grupal en la universidad fue el catalizador de su reacción. Una tarde, sus compañeros y él debatieron sobre la correcta forma de tratar un esguince en un niño. Los métodos que él proponía eran menos ortodoxos que los de sus compañeros y la votación demostró que la mayoría siempre vence. Ralphi podría aceptar la opinión de los demás, sin embargo, el profesor no estuvo de acuerdo con la solución planteada por su grupo y los reprobó.  Ralphi sentía que si hubieran seguido sus instintos habrían pasado el examen.

Como consecuencia, deberían repetir el examen la siguiente semana, fecha en la que él tenía planificado una competencia de Kung Fu. Sus emociones se salieron de control, sin importar que uno de los preceptos más importantes en el Kung Fu es el de la conducta ética, la no violencia y la bondad. Insultó a sus compañeros y salió de la universidad. Quería estar solo. No era la primera vez que él había perdido la paciencia, pero sí la primera en la que se mostró tan violento. Eso es algo que sus compañeros y amigos habían notado y ya sabían que cuando él reaccionaba así, lo mejor era darle su espacio. Eventualmente, se calmaría.

Ralphi caminó cerca de un parque, intentando sin mucho éxito calmarse, cuando delante de él apareció un pequeño mono, el cual lo miró fijamente. El simio se le acercó, sin apartar su mirada de los ojos de Ralphi, quien notó una extraña marca en la frente del animal: a modo de calva se formaba algo muy parecido a un sol con un círculo encima. La intensidad en su mirar era perturbadora y por más que Ralphi hubiera querido, no podía moverse.

Utilizando su agilidad y su cola, el mico se trepó en los hombros de Ralphi, causándole cosquillas en el cuello con su pelaje. Tan rápido como se subió, el minúsculo mamífero dio un salto que lo alejó del joven humano. Ralphi lo siguió con la mirada, intrigado. El mono estaba a unos metros de él. En sus manos tenía una cadena con un dije redondo, ambos dorados. Ese dije había sido regalo de su abuela cuando era niño y nunca se lo quitaba.

—¡Devuelve eso! — exclamó el joven a la misma vez que intentó lanzarse sobre el ladrón pero fue demasiado lento y cayó en el piso. El mono lo esquivó dando un salto y comenzó a correr entre los árboles.

Ralphi se levantó rápidamente y echó a correr tras el rapaz animal. Tenía que recuperar ese dije. El animal era veloz y ágil. La condición física de Ralphi era buena pero ya sentía dificultades para respirar. Alcanzó al mono en una parte del parque que no conocía. Había un árbol hueco. El mico estaba depositando la cadena robada dentro. Lanzó una última mirada y echó a correr nuevamente, alejándose subiendo por las ramas de los árboles más cercanos.

Mientras trataba de recuperar el aliento, Ralphi se acercó al  tronco. La gruesa madera tenía una inscripción en chino. Había aprendido la lengua años atrás, cuando empezó a entrenar artes marciales. Le gustaba el idioma oriental, así que no le pareció difícil, es más, le ayudó a entender con mayor profundidad las técnicas y posiciones. La inscripción recitaba: “Solo aquel capaz de resistirse a la tentación de caer en la ilusión del control, podrá tener control verdadero en su vida”. Las palabras le parecían raras y le recordaban las clases en las que su Maestro hablaba utilizando proverbios chinos cada vez más confusos. Encontró la cadena dorada dentro del tronco, junto a dos pequeñas tablas unidas en forma de aspa. Las tablas estaban hechas de madera. Recogió su dije y se lo volvió a poner en el cuello, pero las tablas lo intrigaban así que las tomó y las observó con detenimiento.

Eran tablas sencillas, unidas por el medio. La madera estaba pulida y pintada de un color rojo intenso. Le recordaban a las utilizadas en las marionetas. Entraban con facilidad en una sola mano. En chino estaba escrita la palabra control. Ralphi tuvo una sensación extraña. De alguna manera, la frustración que había sentido en la universidad estaba desapareciendo. Se sentía más seguro. Era como si las maderas fueran una especie de amuleto.

Un sonido brusco lo hizo despertar del trance en el que se encontraba. Un perro rabioso había pisado una rama y estaba a punto de atacarlo. La espuma se escurría de su hocico. Aparentemente, era un perro sin dueño. Sabía que no podría vencer a un animal rabioso, así que instintiva y lentamente comenzó a retroceder. El can se agitó aún más y saltó hacia Ralphi. Lo único que él atinó a hacer fue levantar sus manos a su rostro e intentar protegerse. En su mano derecha estaban las tablas cruzadas y en su mente solo un pensamiento primaba: su deseo de que el perro no lo ataque.

Sintió un calor en su mano derecha. La sensación provenía del aspa de madera. En esos segundos que parecían extenderse como horas a causa de la adrenalina, él notó que los ojos del perro se pusieron vidriosos y en medio del salto parecía haber decidido no atacarle. El ataque se vio interrumpido por el cambio de actitud en el can y éste cayó a unos centímetros del pie de Ralphi. Seguía botando espuma, pero su expresión había cambiado, era más dócil. Fue en ese momento que notó que las maderas que sostenía lanzaban un ligero brillo que empezaba a desvanecerse. Ralphi decidió no tentar a la suerte. Dio media vuelta y empezó a alejarse, primero cautelosamente, luego a toda velocidad. Él no había notado que alguien lo observaba desde la sombra de un árbol.

***

Había pensado toda la noche en lo ocurrido. Intrigado, llevó el aspa de madera a la universidad y la tenía guardada en su mochila. No podía creer que el perro hiciera lo que él deseó. Tenía que descartar que no se tratase de una coincidencia muy afortunada. Sus compañeros de grupo estaban alejados de él, después de la reacción del día anterior, no querían dar el primer paso hasta que Ralphi se disculpara. Él los miraba sentado en una banca. Desde su ubicación, debía hacer un experimento. Sacó de su mochila el aspa de madera y, sujetándola con su mano, pensó en que ellos se acerquen a pedirle disculpas. El mismo brillo y calor presentes durante el ataque del perro se manifestaron. Sus compañeros se acercaron (eran tres personas: dos chicas y otro chico).

—Ralphi, creo que te debemos una disculpa. Tenías razón con lo de ayer— Carlos, el varón, dijo. Los tres tenían la mirada vidriosa.
—Sí Ralphi. Jalaste por nuestra culpa— Natalia, la menor del grupo añadió.
—¿Qué podemos hacer para que nos perdones?— Ariana, la otra chica, preguntó con una expresión arrepentida.

Ralphi se sentía orgulloso de sí mismo. —Creo que yo hablaré más tarde con el profe. Saben muy bien que puedo ser muy persuasivo cuando me lo propongo—les respondió con soberbia. Sus compañeros sonrieron y le agradecieron mientras se iban a sus clases y le decían para luego almorzar porque él siempre los salvaba.

—¡Ouch! ¿Qué carajo…?— Ralphi se llevó la mano izquierda a la boca. Sintió un hincón en el dedo meñique. — ¡Maldita astilla! Me la sacaré luego. La banca debe haber tenido una astilla suelta. Esta cosa funciona. Veamos si el profesor aún piensa en jalarnos, porque no me pierdo el torneo por nada del mundo. — Se puso de pie guardó la madera en su mochila y se fue a clases.

***
     
Ralphi comenzó a utilizar el aspa de madera para conseguir lo que quería. Había descubierto que podía tener el control de la voluntad de otros. Logró que el profesor no los reprobara; la chica que le gustaba, pero que no sabía que existía lo besó saliendo de clases; su papá le prestó el auto; su hermana, con quien siempre discutía se quedó callada; sus compañeros le daban la razón; todo salía de acuerdo como él quería, y eso era cada vez más adictivo. Había pasado una semana desde que encontró el “aspa de marionetas”, como él la llamaba, y su competencia sería al día siguiente.

Todo parecía ir bien, pero desde que empezó a usar los poderes del “aspa de marionetas”, sentía sus músculos más duros. En los entrenamientos su natural flexibilidad se vio disminuida. Su Maestro le preguntaba si había pasado algo, pues se le notaba distinto y él no respondía. Esa noche, mientras se bañaba notó algo que lo preocupó. Le dolía mover las piernas y estar de pie en la ducha le parecía difícil. Cuando se sentó en el piso de la regadera vio algunas costras en distintas partes de su cuerpo. Cuando tocó una de ellas, notó que era dura y tenía cierta característica rugosa. Estaba solo en casa. Toda su familia había viajado de vacaciones. Decidió que sus nervios por la competencia  eran la causa de esas costras, así que lo mejor que debería hacer era dormir temprano.

Cuando se secó el cuerpo, se echó una crema para las cicatrices que encontró en su casa. Se puso su bóxer y se dispuso a dormir. Su obsesión con el control había llegado al punto de querer controlar sus propios sueños, motivo por el cual había tomado el hábito de dormir con el “aspa de marionetas”. Le gustaba la sensación de certidumbre que le daba su nuevo amuleto.

Esa noche, sus sueños fueron intensos. Soñó que sus papás discutían delante de él y de su hermana. En medio del sueño apuntó el aspa a sus padres y deseó que no pelearan. Luego soñó que un cliente malhumorado en el restaurante de su abuela le faltaba respeto a sus compañeros de trabajo, pero utilizando su amuleto, consiguió que el cliente deje una excelente propina. Otro de sus sueños involucraba a sus amigos de universidad y él sutilmente  “ordenándoles” que hagan los trabajos. Tuvo otros sueños, todos ellos con el mismo desenlace. El calor y el brillo en la madera también se mostraron en el mundo onírico.

Cuando abrió sus ojos, no podía mover su cuerpo. La única parte que podía mover era su cabeza. Sentía el cuerpo duro. Su mano estaba cerrada fuertemente sobre el “aspa de marionetas”. Al costado de su cama había un espejo que la reflejaba directamente. Las sábanas y colchas habían caído al suelo. Cuando giró su cabeza hacia el espejo intentó gritar, pero su garganta estaba demasiado seca para emitir sonido alguno. Reflejado en la superficie plateada se podía ver su cuerpo. Las costras se habían extendido del cuello para abajo: su cuerpo se había convertido en madera. Intentó convencerse que aún seguía soñando, pero no era así.

            —Joven pupilo, deberías calmarte. Nada bueno lograrás si no lo haces— la voz de su anciano Maestro lo hizo mirar al lado de la cama que el espejo no mostraba.

En su habitación se encontraba un hombre no más alto de 1.60m con apariencia serena. Cualquiera que lo viera por primera vez no podría evitar compararlo con una tortuga galápagos por lo arrugado de su rostro. Estaba sentado plácidamente en una silla. En su hombro derecho descansaba el mismo mono que había guiado a Ralphi al tronco hueco hace una semana.

            —Debes disculpar a mi pequeño amigo. Es bastante travieso. Ralphi, te debo confesar que he estado observándote. Tu obsesión con controlar todo te alejaba de tu potencial en el Kung Fu. Me refiero a tu potencial espiritual, porque el potencial físico hace mucho tiempo que lo has desarrollado. — El anciano dijo distraídamente mientras con una mano acariciaba al pequeño mamífero. — En realidad mi amiguito es uno de mis guías espirituales, podríamos decir que es uno de mis Maestros. Creo que mejor te explico a solas…

Tomando al mono en sus manos, se puso de pie. Los ojos del mico se posaron en los ojos de Ralphi. El símbolo extraño en la frente comenzó a brillar. En retrospectiva, Ralphi notó que el símbolo parecía un eclipse. Humo dorado cubrió al mico y segundos después sobre la mano del Maestro descansaba una pequeña estatuilla con forma de mono de cola larga.

— Sé que te sorprende, pero recuerda mis primeras enseñanzas. Para aprender realmente Kung Fu, debes ser como el agua y fluir. Te habías vuelto duro, poco tolerante al cambio. Sí, hay cosas que tú puedes controlar, no negaré eso, pero no puedes controlarlo todo. Es una de las lecciones más difíciles de aprender: la humildad de aceptar. Necesitaba que aprendieras eso. El estilo del mono, en el Kung Fu, es uno de los más libres que existen. El espíritu del mono se deja llevar y se adapta a la situación presente, a diferencia del estilo más agresivo del tigre — El anciano explicaba mientras caminaba alrededor de la cama. Había dejado la figura del mono en la mesa de noche. — Esas tablas son muy curiosas. Te dan la habilidad de controlar a otros pero a un costo muy alto. No eres el primero que las usa para su beneficio. Uno de los antiguos usuarios escribió una historia en la que el personaje principal debía ser valiente, leal, sincero y desinteresado para ser un niño de verdad. La debes conocer. El protagonista pasó por una situación simiar a la tuya.

—Ma…es…tro… de…be…e…xistir…— Ralphi no podía continuar. Su lengua se había convertido en madera.

—Ralphi, todo en esta vida tiene solución, pero solo tú la puedes dar. Verás, el precio de esta magia antigua, como has notado: te convertirás en madera si utilizas las tablas para beneficio personal. Cuando la usaste con el perro rabioso en el parque, no tuviste consecuencia alguna, porque fue una acción de supervivencia, pero, ¿recuerdas cuando la usaste en tu universidad? Una astilla estuvo molestándote todo el día. Existe una forma, aunque es dolorosa. La única manera es arrepentirte de corazón y aprender la lección faltante. — el anciano se acercaba a la puerta con intenciones de retirarse.

Los ojos de Ralphi lo siguieron. Mostraban terror. —Ralphi, sé que harás lo correcto, pero no puedo ayudarte. Es una lección que tú mismo debes aprender. Tengo que dejarte para que medites. Recuerda, la respuesta está en ti. Debes fluir. Te veré luego Ralphi. Lo que de todas maneras debes tener en cuenta es que el tiempo se agota. No lo hagas por la competencia, hazlo por ti. Confío en ti. — Con esa nota misteriosa, el Maestro salió del cuarto.

Ralphi estaba entrando en pánico, pero decidió hacer lo que su Maestro le decía. Cerró sus ojos y comenzó a respirar lentamente. Inhalaba por la nariz y exhalaba por la boca. Buscando su propia paz interior. Estaba logrando relajarse. Meditar es complicado y Ralphi lo encontraba más díficil por la preocupación sobre el tiempo, pero su vida dependía de eso.

Su mente le mostraba imágenes no tan agradables para él, pero no podía evitar admitir que eran verdaderas. Eran sus recuerdos, su anciedad, sus miedos y las veces en las que había perdido la paciencia porque no se hacía algo como él lo había planificado. Pudo ver lo mal que se le veía, con la cara infectada con ira y ansiedad. En verdad se había comportado como un niño caprichoso. Había sido egoísta y había tratado injustamente a los demás, siempre culpándolos de, lo que según él, podían cambiar. Sentía que el resto de su rostro se endurecía. La conversión en madera se estaba completando. Sus ojos se inundaron con lágrimas. La gente a su alrededor lo apreciaba por su carisma, pero sí se mostraban preocupados por la actitud perfeccionista de Ralphi.

Las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Eran cálidas. Ya era demasiado tarde. No quedaba más que aceptar lo inevitable de su destino. Debía reconocer que todo esto fue por su culpa. Lloró tan amargamente arrepentido por ser tan ciego que se quedó dormido.

La estatuilla de simio en su mesa de noche comenzó a brillar. La luz crecía e invadía el cuarto. Era una iluminación dorada la que cubrió el cuerpo inmóvil del joven hombre recostado. El pequeño mono apareció en los sueños de Ralphi. Él lo reconoció e hizo el saludo respetuoso que se le da a un Maestro.

—Gracias Maestro. Ahora entiendo el error en mi proceder. Dame una oportunidad nueva y demostraré que puedo ser como el agua que se adapta al camino. Seré flexible como el bambú. Por favor Maestro Mono, enséñeme lo que me falta aprender.

El pequeño mono asintió. No habían secretos en el alma de Ralphi. Realmente había comprendido. El símbolo del eclipse en su frente se iluminó fuertemente. Ralphi quedó cegado.

***

Había pasado un mes desde esa noche en su casa. Ralphi no participó en la competencia. La madera que cubría su cuerpo demoró más de doce horas en desprenderse, pero él estaba completamente feliz con eso. Todos los días llevaba consigo la pequeña estatuilla de simio como recordatorio. No era una labor fácil, pero intentaba usar su experiencia para reconocer aquellas situaciones que no podía cambiar y aceptarlas sin frustrarse, sin dejar de ser responsable por sus actos y decisiones. El “aspa de marionetas” había desaparecido de sus manos y no la encontró en su cuarto, pero la estatuilla del mono tenía algo sujetado entre sus manos. Era demasiado pequeño para reconocer qué era, pero Ralphi sospechaba que el verdadero dueño de las maderas unidas era el espíritu del mono. Definitivamente existen cosas en este mundo que no pueden ser explicadas. Pero, eso también estaba bien para él.


Su Maestro sonreía para sí mismo luego de una clase en la que Ralphi mostró una excelente actuación. Su pupilo ya se había retirado, pero no estaba solo. Era la primera clase de un joven que no mostraba el ímpetu físico exigido por el Kung Fu. El anciano estaba limpiando una estatuilla de un tigre mientras le decía a su nuevo discípulo que tenían que conversar.



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