Cuentan los bardos a través de sus cantos antiguos que un
héroe, bajo la protección de San Miguel, logró lo que otros no pudieron durante
una misión el doceavo día del sexto mes del año veintitrés del nuevo siglo. Su
nombre era, según el idioma antiguo de los Elfos, Anglómano Giz, pero al
traducirse a lengua humana quedaría algo similar a Gonzalo Magni (un poco
anticlimático para la historia, ¿verdad? Por eso usaremos el original).
Anglómano era un joven de sonrisa traviesa: Sus colmillos le
daban a su rostro una expresión astuta y vulpina. Su cabello ensortijado era de
un color obscuro, algo raro entre Elfos peliblancos y rubios al igual que su
piel trigueña. Anglómano fue adoptado cuando era bebé. Los Elfos no podían
mentirle nunca por las propias leyes de su raza, por lo que desde joven
descubrió y aceptó ser una cría humana. Los Elfos lo cuidaron, criaron y
entrenaron. A pesar de que Anglómano no tenía facultades para la magia, sí era
dueño de un talento natural en el arte de mezclar pociones y venenos.
Desde adolescente aprendió la sutil diferencia entre
ingredientes nocivos y benignos. Sabía cómo mezclar los líquidos para sanar,
aflojar la lengua, crear somníferos, embotellar euforia y lujuria, pócimas,
elixires, venenos, tónicos entre otras combinaciones útiles. Superó incluso a
sus maestros. Era su propia forma de hechicería y eso le daba orgullo.
Un día, la joven Elfa Camila, por quien Anglómano sentía algo
más que amistad, lo buscó en su habitación. Estaba preocupada por los guerreros
de la tribu, quienes habían perdido la batalla contra una entidad extraña. No
tenían heridas físicas. Sus mentes y emociones parecían haber sido destruidas
por dentro. Parecía ser que la entidad les succionó la alegría con sus poderes,
invadiendo sus mentes con pensamientos destructivos. Anglómano decidió ir al
campo de batalla. Tal vez su condición de humano le daría alguna ventaja que
sus hermanos y hermanas Elfos carecían.
Se armó como mejor pudo: en un morral colocó ingredientes en
bruto para crear cualquier poción que pudiese necesitar; en su cinturón de
batalla cargaba esferas de cristal llenas con líquidos de distintos colores:
eran sus creaciones más poderosas. Algunas de las esferas contenían venenos
poderosos y líquidos explosivos. No era bueno con el uso de las dagas ni las
flechas, pero su inventario era variado. No creía necesitar más.
Llegó a la ubicación que Camila le había indicado. Sentía
una atmósfera pesada, a pesar de no ver nada diferente en el paisaje.
Sus fuerzas disminuyeron de pronto. Anglómano Giz estaba
preparado. Tomó una de las esferas en su cinturón y bebió de un solo sorbo su
contenido. Era un tónico a base de flor de caña de azúcar que le dio un poco de
inmunidad a esa pérdida de energías. Tenía que andar con cuidado. Los efectos
no durarían mucho y por lo que escuchó, era el primer síntoma de la infección
contraída por los Elfos. De seguro estaba cerca de su objetivo.
Avanzó un poco por el claro del bosque y encontró animales
muertos. Algo en su olor le confirmaba que quien haya hecho eso no era de la
raza élfica. Los Elfos cazaban, pero para comer, conservando el equilibrio
natural. Estos animales emanaban una peste a ¿tristeza? Su carne no serviría ni
para alimentar al suelo.
Estaba tan concentrado en sus pensamientos, que no notó
cuando un ser invisible lo atacó por detrás. Sentía su propio cuerpo ceder ante
la presión de un tentáculo viscoso. Sentía los efectos de su tónico
debilitarse. Intentó coger otra esfera en su cinturón, pero la fuerza de su
atacante no le permitía moverse cómodamente. La presión del tentáculo aumentaba, pero en
otra parte de su cuerpo. Su cinturón quedó libre luego de algunos intentos de
escapar. Aprovechó para coger otra esfera de cristal y beber su contenido: un licor
fortalecedor. La bebida tuvo el efecto opuesto que buscaba.
Su mente comenzó a sentir la violación intrusiva. Su alma
perdía brillo y ganas de seguir luchando. Todo se volvía borroso. Su alma
gritaba de dolor en su interior. Se preguntaba por qué sus padres lo habían
abandonado cuando era bebé, cómo podría pertenecer a la tribu élfica si era un
inútil en las capacidades más básicas de un Elfo de su edad. El deseo imbatible
de morir se fortalecía. ¿Qué podía ofrecer un humano a un pueblo de Elfos
capaces de usar las dagas en danzas letales, las flechas con precisión única y
la magia antigua que podía crear y destruir en un abrir y cerrar de ojos? Ni
siquiera sus pociones le servían contra este enemigo. Se sentía un inútil. Por
más que luchaba la entidad le ganaba terreno. En el cielo, el sol ya se había
ocultado y una luna ensangrentada se elevaba.
Anglómano sabía que carecía de las habilidades mentales de
los Elfos y que todo parecía estar perdido, pero su mente se refugió, en un
intento inconsciente y desesperado por escapar, en la memoria más especial que
había podido evocar. En ese recuerdo Camila y él caminaban bajo una luna roja,
igual a la que podía ver en el presente. Fue la noche en la que él había creado
una poción relajante a base del fruto de la Vid y decidió compartirla con ella…fue
la noche en la que se besaron por primera vez.
Con la fortaleza renovada por la calidez en su corazón,
recordó que luego de su caminata Camila y él leyeron un libro humano. El libro
mostraba los síntomas de una enfermedad peligrosa llamada la depresión. Los
Elfos describían en sus cuentos antiguos una entidad parecida a la enfermedad:
la llamaban Vacío, que, a diferencia de la enfermedad, era un ser viviente que
se alimentaba del sufrimiento de sus víctimas.
Los Elfos no encontraron forma de acabar con el Vacío, pero
los humanos habían logrado un tratamiento contra la enfermedad. Valía la pena
intentarlo.
Cerró los ojos y, con mucho esfuerzo, buscó memorias fuertes
y positivas: Es cierto que no era mago ni ágil como los Elfos, pero era el
maestro de pociones más joven que haya conocido la historia élfica; la argolla de
oro blanco que los Elfos le colocaron en la oreja izquierda demostrando que lo reconocían
como adulto; la sensación de sentirse útil cuando descubrió su talento para las
pociones y el dulce beso de Camila que le aceleró el corazón de emoción cuando
lo recibió.
Algo parecía funcionar. La fuerza del tentáculo se
debilitaba. La voz que le susurraba momentos antes dentro de su mente palabras
tóxicas se fue apagando. Sintió que el Vacío se alejaba con repulsión mientras
más fuerte se aferrara a los pensamientos y emociones. La entidad se hizo
visible. Era un ser con piel negra. Su boca era igual a la de una sanguijuela; sus
dos tentáculos eran grises y fuertes y sus ojos eran huecos y ciegos. Su cuerpo
era amorfo. Recién al verlo pudo sentir la peste a putrefacción que los poros
de Vacío emitían. Sin pensarlo dos veces, se quitó el cinturón y lo arrojó hacia
el deforme cuerpo de su rival. Debilitado por ser descubierto, Vacío gruño de
dolor cuando la mezcla de líquidos explotó en su cuerpo creando llagas que emanaban
humo. La entidad se alejó con velocidad de Anglómano. Vacío era un ente eterno, pero por el momento
había logrado vencer su influencia.
Regresó a su tribu y fue a la enfermería. Se sentó con sus
hermanos y hermanas Elfos y les pidió que buscaran un pensamiento feliz y se
aferrarán a él. Para algunos Elfos esto era muy difícil pues no estaban
acostumbrados a asociar emociones fuertes a sus memorias. Los más jóvenes
encontraron el ejercicio más sencillo de realizar.
Pasaron varios días y los Elfos pudieron mejorar. La violación
a sus espíritus cometida por Vacío los acompañaría de por vida, pero en cuanto
sientan la tentación de dejarse vencer, debían convocar a una reunión con los
Elfos cercanos para conversar y compartir el dolor y la desesperación. El peso
entre más de uno era más llevadero. Anglómano había descubierto que lo que lo
salvó no fueron las pociones y venenos, pero su capacidad humana para sentir.
Sabía que ningún arma o magia serviría contra un rival como Vacío, que atacaba desde
dentro. Comprendió que era él ahora quien le podría enseñar algo a los Elfos
que tanto habían hecho por él, pero por ahora quería relajarse junto a Camila y
disfrutar del delicioso hidromiel que habían conseguido para la celebración.
Todos recuerden el doceavo día del sexto mes del año
veintitrés del nuevo siglo. Un héroe celebraría su victoria y renacimiento por
los años que vengan. Los libros y las canciones repetirán las aventuras del
joven humano que creció cuidado por los Elfos.