La impotencia que sintieron no podía ocultarse y, sin
embargo, debían seguir los pasos de aquel hombre extraño. Era una sensación embriagante
para toda la comunidad. Embriagante y tóxica. Las ilusiones parecían reales.
Sus cuerpos ya no les pertenecían.
A paso seguro, todas y todos marcharon a un mismo ritmo. Los
pasos de cada uno hacían retumbar el piso, pero detenerse no era una opción.
Incapaces de hacer algo por alejarse, ambos sexos debían seguir a aquel
misterioso mancebo que decidió esclavizar a cada ser.
El miedo que solo se siente cuando todo es tranquilidad
engañosa invadió sus pequeños cuerpos. Había algo adictivo y letal en la
seducción que el Nirvana les proporcionaba. El sonido invadía sus oídos; el
aire se les escapaba de los pulmones; la brisa marina mojaba sus pieles y no
podían detenerse. El individuo les había engañado. Inútiles ante su peculiar
arte…
La flauta transmitía un sonido certero como una flecha. La
melodía era para bailar de alegría, pero esa euforia no podía ser llamada
felicidad. Era su perdición. Las ratas, machos y hembras, debían seguir lo
aconsejado por la melodía: suicidarse en el mar cerca a ese ingrato pueblo
alemán. Sus corazones latirán unos minutos más. Solo tenían que soportar hasta
que las olas laven las costas. Todo acabaría en un placer mortal mientras el
flautista tocaba la última nota de su Réquiem.
*La imagen no me pertenece y solo la uso para fines ilustrativos. No intento obtener beneficio de ella. Si eres el autor y no deseas que se publique, contáctame y con gusto la retiro o edito el post con el crédito correspondiente. *
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