Raphael
Leoncio “Ralphi” Fernan Urso era su nombre completo y él lo detestaba. Sus
amigos lo llamaban Ralphi, y aunque no era su favorito, lo prefería al nombre
que figuraba en su certificado de nacimiento. Si él no hubiera contado con la
disciplina que solo se logra al practicar Houquan
(o Kung Fu, estilo del Mono), habría golpeado a todos sus amigos por utilizar
el apodo cariñoso que su abuela usaba con él.
A sus
18 años su personalidad se había vuelto más competitiva y exigente. Ralphi
entrenaba todas las mañanas antes de ir a sus clases de enfermería (carrera que
seguía tanto por pasión como por tradición familiar). Por las tardes apoyaba
unas horas en el restaurante de su abuela. La rutina de Ralphi era ajustada, y
aunque había aprendido muy bien a organizarse, había ocasiones que deseaba un poco
más de control sobre su tiempo libre.
Siendo
tan organizado y disciplinado, siempre tuvo una obsesión por el orden y el
control de las situaciones en su vida. La filosofía de su arte marcial dictaba
que tuviera serenidad de mente, que aceptara lo que no podría cambiar, es decir
que fluyera en armonía y equilibrio con la naturaleza, sin embargo, esa era una
lección que aún no dominaba y eso le estaba generando problemas en sus relaciones
interpersonales.
Un
trabajo grupal en la universidad fue el catalizador de su reacción. Una tarde,
sus compañeros y él debatieron sobre la correcta forma de tratar un esguince en
un niño. Los métodos que él proponía eran
menos ortodoxos que los de sus compañeros y la votación demostró que la mayoría siempre vence. Ralphi podría
aceptar la opinión de los demás, sin embargo, el profesor no estuvo de acuerdo
con la solución planteada por su grupo y los reprobó. Ralphi sentía que si hubieran seguido sus instintos
habrían pasado el examen.
Como
consecuencia, deberían repetir el examen la siguiente semana, fecha en la que
él tenía planificado una competencia de Kung Fu. Sus emociones se salieron de
control, sin importar que uno de los preceptos más importantes en el Kung Fu es
el de la conducta ética, la no violencia y la bondad. Insultó a sus compañeros
y salió de la universidad. Quería estar solo. No era la primera vez que él
había perdido la paciencia, pero sí la primera en la que se mostró tan
violento. Eso es algo que sus compañeros y amigos habían notado y ya sabían que
cuando él reaccionaba así, lo mejor era darle su espacio. Eventualmente, se
calmaría.
Ralphi
caminó cerca de un parque, intentando sin mucho éxito calmarse, cuando delante
de él apareció un pequeño mono, el cual lo miró fijamente. El simio se le
acercó, sin apartar su mirada de los ojos de Ralphi, quien notó una extraña
marca en la frente del animal: a modo de calva se formaba algo muy parecido a
un sol con un círculo encima. La intensidad en su mirar era perturbadora y por
más que Ralphi hubiera querido, no podía moverse.
Utilizando
su agilidad y su cola, el mico se trepó en los hombros de Ralphi, causándole
cosquillas en el cuello con su pelaje. Tan rápido como se subió, el minúsculo mamífero
dio un salto que lo alejó del joven humano. Ralphi lo siguió con la mirada,
intrigado. El mono estaba a unos metros de él. En sus manos tenía una cadena
con un dije redondo, ambos dorados. Ese dije había sido regalo de su abuela
cuando era niño y nunca se lo quitaba.
—¡Devuelve
eso! — exclamó el joven a la misma
vez que intentó lanzarse sobre el ladrón pero fue demasiado lento y cayó en el
piso. El mono lo esquivó dando un salto y comenzó a correr entre los árboles.
Ralphi
se levantó rápidamente y echó
a correr tras el rapaz animal. Tenía que recuperar ese dije. El animal era veloz
y ágil. La condición física de Ralphi era buena pero ya sentía dificultades
para respirar. Alcanzó al mono en una parte del parque que no conocía. Había un árbol hueco. El mico
estaba depositando la cadena robada dentro. Lanzó una última mirada y echó a
correr nuevamente, alejándose subiendo por las ramas de los árboles más
cercanos.
Mientras
trataba de recuperar el aliento, Ralphi se acercó al tronco. La gruesa madera tenía una
inscripción en chino. Había aprendido la lengua años atrás, cuando empezó a
entrenar artes marciales. Le gustaba el idioma oriental, así que no le pareció
difícil, es más, le ayudó a entender con mayor profundidad las técnicas y
posiciones. La inscripción recitaba: “Solo
aquel capaz de resistirse a la tentación de caer en la ilusión del control,
podrá tener control verdadero en su vida”. Las palabras le parecían raras y
le recordaban las clases en las que su Maestro hablaba utilizando proverbios
chinos cada vez más confusos. Encontró la cadena dorada dentro del tronco,
junto a dos pequeñas tablas unidas en forma de aspa. Las tablas estaban hechas
de madera. Recogió su dije y se lo volvió a poner en el cuello, pero las tablas
lo intrigaban así que las tomó y las observó con detenimiento.
Eran
tablas sencillas, unidas por el medio. La madera estaba pulida y pintada de un
color rojo intenso. Le recordaban a las utilizadas en las marionetas. Entraban
con facilidad en una sola mano. En chino estaba escrita la palabra control. Ralphi tuvo una sensación
extraña. De alguna manera, la frustración que había sentido en la universidad
estaba desapareciendo. Se sentía más seguro. Era como si las maderas fueran una
especie de amuleto.
Un
sonido brusco lo hizo despertar del trance en el que se encontraba. Un perro
rabioso había pisado una rama y estaba a punto de atacarlo. La espuma se
escurría de su hocico. Aparentemente, era un perro sin dueño. Sabía que no
podría vencer a un animal rabioso, así que instintiva y lentamente comenzó a
retroceder. El can se agitó aún más y saltó hacia Ralphi. Lo único que él atinó
a hacer fue levantar sus manos a su rostro e intentar protegerse. En su mano
derecha estaban las tablas cruzadas y en su mente solo un pensamiento primaba:
su deseo de que el perro no lo ataque.
Sintió
un calor en su mano derecha. La sensación provenía del aspa de madera. En esos
segundos que parecían extenderse como horas a causa de la adrenalina, él notó
que los ojos del perro se pusieron vidriosos y en medio del salto parecía haber
decidido no atacarle. El ataque se vio interrumpido por el cambio de actitud en
el can y éste cayó a unos centímetros del pie de Ralphi. Seguía botando espuma,
pero su expresión había cambiado, era más dócil. Fue en ese momento que notó
que las maderas que sostenía lanzaban un ligero brillo que empezaba a
desvanecerse. Ralphi decidió no tentar a la suerte. Dio media vuelta y empezó a
alejarse, primero cautelosamente, luego a toda velocidad. Él no había notado
que alguien lo observaba desde la sombra de un árbol.
***
Había pensado
toda la noche en lo ocurrido. Intrigado, llevó el aspa de madera a la
universidad y la tenía guardada en su mochila. No podía creer que el perro
hiciera lo que él deseó. Tenía que descartar que no se tratase de una
coincidencia muy afortunada. Sus
compañeros de grupo estaban alejados de él, después de la reacción del día
anterior, no querían dar el primer paso hasta que Ralphi se disculpara. Él los
miraba sentado en una banca. Desde su ubicación, debía hacer un experimento.
Sacó de su mochila el aspa de madera y, sujetándola con su mano, pensó en que
ellos se acerquen a pedirle disculpas. El mismo brillo y calor presentes
durante el ataque del perro se manifestaron. Sus compañeros se acercaron (eran tres
personas: dos chicas y otro chico).
—Ralphi, creo que te debemos una disculpa.
Tenías razón con lo de ayer— Carlos, el varón, dijo. Los tres tenían la mirada
vidriosa.
—Sí Ralphi. Jalaste por nuestra culpa—
Natalia, la menor del grupo añadió.
—¿Qué podemos hacer para que nos perdones?— Ariana, la otra chica, preguntó con una
expresión arrepentida.
Ralphi se sentía orgulloso de sí mismo. —Creo
que yo hablaré más tarde con el profe. Saben muy bien que puedo ser muy
persuasivo cuando me lo propongo—les respondió con soberbia. Sus compañeros
sonrieron y le agradecieron mientras se iban a sus clases y le decían para
luego almorzar porque él siempre los salvaba.
—¡Ouch! ¿Qué carajo…?— Ralphi se llevó la
mano izquierda a la boca. Sintió un hincón en el dedo meñique. — ¡Maldita
astilla! Me la sacaré luego. La banca debe haber tenido una astilla suelta.
Esta cosa funciona. Veamos si el profesor aún piensa en jalarnos, porque no me
pierdo el torneo por nada del mundo. — Se puso de pie guardó la madera en su
mochila y se fue a clases.
***
Ralphi
comenzó a utilizar el aspa de madera para conseguir lo que quería. Había
descubierto que podía tener el control de la voluntad de otros. Logró que el
profesor no los reprobara; la chica que le gustaba, pero que no sabía que
existía lo besó saliendo de clases; su papá le prestó el auto; su hermana, con
quien siempre discutía se quedó callada; sus compañeros le daban la razón; todo
salía de acuerdo como él quería, y eso era cada vez más adictivo. Había pasado
una semana desde que encontró el “aspa de marionetas”, como él la llamaba, y su
competencia sería al día siguiente.
Todo
parecía ir bien, pero desde que empezó a usar los poderes del “aspa de
marionetas”, sentía sus músculos más duros. En los entrenamientos su natural
flexibilidad se vio disminuida. Su Maestro le preguntaba si había pasado algo,
pues se le notaba distinto y él no respondía. Esa noche, mientras se bañaba
notó algo que lo preocupó. Le dolía mover las piernas y estar de pie en la
ducha le parecía difícil. Cuando se sentó en el piso de la regadera vio algunas
costras en distintas partes de su cuerpo. Cuando tocó una de ellas, notó que
era dura y tenía cierta característica rugosa. Estaba solo en casa. Toda su
familia había viajado de vacaciones. Decidió que sus nervios por la
competencia eran la causa de esas
costras, así que lo mejor que debería hacer era dormir temprano.
Cuando
se secó el cuerpo, se echó una crema para las cicatrices que encontró en su
casa. Se puso su bóxer y se dispuso a dormir. Su obsesión con el control había
llegado al punto de querer controlar sus propios sueños, motivo por el cual había
tomado el hábito de dormir con el “aspa de marionetas”. Le gustaba la sensación
de certidumbre que le daba su nuevo amuleto.
Esa
noche, sus sueños fueron intensos. Soñó que sus papás discutían delante de él y
de su hermana. En medio del sueño apuntó el aspa a sus padres y deseó que no
pelearan. Luego soñó que un cliente malhumorado en el restaurante de su abuela
le faltaba respeto a sus compañeros de trabajo, pero utilizando su amuleto,
consiguió que el cliente deje una excelente propina. Otro de sus sueños
involucraba a sus amigos de universidad y él sutilmente “ordenándoles” que hagan los trabajos. Tuvo
otros sueños, todos ellos con el mismo desenlace. El calor y el brillo en la
madera también se mostraron en el mundo onírico.
Cuando
abrió sus ojos, no podía mover su cuerpo. La única parte que podía mover era su
cabeza. Sentía el cuerpo duro. Su mano estaba cerrada fuertemente sobre el “aspa de marionetas”. Al costado de su
cama había un espejo que la reflejaba directamente. Las sábanas y colchas
habían caído al suelo. Cuando giró su cabeza hacia el espejo intentó gritar,
pero su garganta estaba demasiado seca para emitir sonido alguno. Reflejado en
la superficie plateada se podía ver su cuerpo. Las costras se habían extendido del
cuello para abajo: su cuerpo se había convertido en madera. Intentó convencerse
que aún seguía soñando, pero no era así.
—Joven pupilo, deberías calmarte. Nada bueno lograrás si
no lo haces— la voz de su anciano Maestro lo hizo mirar al lado de la cama que
el espejo no mostraba.
En su
habitación se encontraba un hombre no más alto de 1.60m con apariencia serena.
Cualquiera que lo viera por primera vez no podría evitar compararlo con una
tortuga galápagos por lo arrugado de su rostro. Estaba sentado plácidamente en
una silla. En su hombro derecho descansaba el mismo mono que había guiado a
Ralphi al tronco hueco hace una semana.
—Debes disculpar a mi pequeño amigo. Es bastante
travieso. Ralphi, te debo confesar que he estado observándote. Tu obsesión con
controlar todo te alejaba de tu potencial en el Kung Fu. Me refiero a tu
potencial espiritual, porque el potencial físico hace mucho tiempo que lo has
desarrollado. — El anciano dijo distraídamente mientras con una mano acariciaba
al pequeño mamífero. — En realidad mi amiguito es uno de mis guías
espirituales, podríamos decir que es uno de mis Maestros. Creo que mejor te
explico a solas…
Tomando
al mono en sus manos, se puso de pie. Los ojos del mico se posaron en los ojos
de Ralphi. El símbolo extraño en la frente comenzó a brillar. En retrospectiva,
Ralphi notó que el símbolo parecía un eclipse. Humo dorado cubrió al mico y
segundos después sobre la mano del Maestro descansaba una pequeña estatuilla
con forma de mono de cola larga.
— Sé
que te sorprende, pero recuerda mis primeras enseñanzas. Para aprender
realmente Kung Fu, debes ser como el agua y fluir. Te habías vuelto duro, poco
tolerante al cambio. Sí, hay cosas que tú puedes controlar, no negaré eso, pero
no puedes controlarlo todo. Es una de las lecciones más difíciles de aprender:
la humildad de aceptar. Necesitaba que aprendieras eso. El estilo del mono, en
el Kung Fu, es uno de los más libres que existen. El espíritu del mono se deja
llevar y se adapta a la situación presente, a diferencia del estilo más
agresivo del tigre — El anciano explicaba mientras caminaba alrededor de la
cama. Había dejado la figura del mono en la mesa de noche. — Esas tablas son
muy curiosas. Te dan la habilidad de controlar a otros pero a un costo muy
alto. No eres el primero que las usa para su beneficio. Uno de los antiguos
usuarios escribió una historia en la que el personaje principal debía ser
valiente, leal, sincero y desinteresado para ser un niño de verdad. La debes
conocer. El protagonista pasó
por una situación simiar a la tuya.
—Ma…es…tro…
de…be…e…xistir…— Ralphi no podía continuar. Su lengua se había convertido en
madera.
—Ralphi,
todo en esta vida tiene solución, pero solo tú la puedes dar. Verás, el precio
de esta magia antigua, como has notado: te convertirás en madera si utilizas
las tablas para
beneficio personal. Cuando la usaste con el perro rabioso en el parque, no
tuviste consecuencia alguna, porque fue una acción de supervivencia, pero,
¿recuerdas cuando la usaste en tu universidad? Una astilla estuvo molestándote
todo el día. Existe una forma, aunque es dolorosa. La única manera es
arrepentirte de corazón y aprender
la lección faltante. — el anciano se acercaba a la puerta con
intenciones de retirarse.
Los
ojos de Ralphi lo siguieron. Mostraban terror. —Ralphi, sé que harás lo
correcto, pero no puedo ayudarte. Es una lección que tú mismo debes aprender.
Tengo que dejarte para que medites. Recuerda, la respuesta está en ti. Debes fluir. Te
veré luego Ralphi. Lo que de todas maneras debes tener en cuenta es que el tiempo se agota. No
lo hagas por la competencia, hazlo por ti. Confío en ti. —
Con esa nota misteriosa, el Maestro salió del cuarto.
Ralphi
estaba entrando en pánico, pero decidió hacer lo que su Maestro le decía. Cerró
sus ojos y comenzó a respirar lentamente. Inhalaba por la nariz y exhalaba por
la boca. Buscando su propia paz interior. Estaba logrando relajarse. Meditar es complicado y Ralphi lo
encontraba más díficil por la preocupación sobre el tiempo, pero su vida
dependía de eso.
Su mente le mostraba imágenes no tan agradables para
él, pero no podía evitar admitir que eran verdaderas. Eran sus recuerdos, su
anciedad, sus miedos y las veces en las que había perdido la paciencia porque
no se hacía algo como él lo había planificado. Pudo ver lo mal que se le veía,
con la cara infectada con ira y ansiedad. En verdad se había comportado como un
niño caprichoso. Había sido egoísta y había tratado injustamente a los demás,
siempre culpándolos de, lo que según él, podían cambiar. Sentía que el resto de
su rostro se endurecía. La conversión en madera se estaba completando. Sus ojos
se inundaron con lágrimas. La gente a su alrededor lo apreciaba por su carisma,
pero sí se mostraban preocupados por la actitud perfeccionista de Ralphi.
Las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Eran
cálidas. Ya era demasiado tarde. No quedaba más que aceptar lo inevitable de su
destino. Debía reconocer que todo esto fue por su culpa. Lloró tan amargamente
arrepentido por ser tan ciego que se quedó dormido.
La estatuilla de simio en su mesa de noche comenzó a
brillar. La luz crecía e invadía el cuarto. Era una iluminación dorada la que
cubrió el cuerpo inmóvil del joven hombre recostado. El pequeño mono apareció
en los sueños de Ralphi. Él lo reconoció e hizo el saludo respetuoso que se le
da a un Maestro.
—Gracias Maestro. Ahora entiendo el error en mi
proceder. Dame una oportunidad nueva y demostraré que puedo ser como el agua
que se adapta al camino. Seré flexible como el bambú. Por favor Maestro Mono,
enséñeme lo que me falta aprender.
El pequeño mono asintió. No habían secretos en el alma
de Ralphi. Realmente había comprendido. El símbolo del eclipse en su frente se
iluminó fuertemente. Ralphi quedó cegado.
***
Había pasado un mes desde esa noche en su casa. Ralphi
no participó en la competencia. La madera que cubría su cuerpo demoró más de
doce horas en desprenderse, pero él estaba completamente feliz con eso. Todos los
días llevaba consigo la pequeña estatuilla de simio como recordatorio. No era
una labor fácil, pero intentaba usar su experiencia para reconocer aquellas
situaciones que no podía cambiar y aceptarlas sin frustrarse, sin dejar de ser
responsable por sus actos y decisiones. El “aspa de marionetas” había
desaparecido de sus manos y no la encontró en su cuarto, pero la estatuilla del
mono tenía algo sujetado entre sus manos. Era demasiado pequeño para reconocer
qué era, pero Ralphi sospechaba que el verdadero dueño de las maderas unidas era
el espíritu del mono. Definitivamente existen cosas en este mundo que no pueden
ser explicadas. Pero, eso también estaba bien para él.
Su Maestro sonreía para sí mismo luego de una clase en
la que Ralphi mostró una excelente actuación. Su pupilo ya se había retirado,
pero no estaba solo. Era la primera clase de un joven que no mostraba el ímpetu
físico exigido por el Kung Fu. El anciano estaba limpiando una estatuilla de un
tigre mientras le decía a su nuevo discípulo que tenían que conversar.
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