domingo, 23 de mayo de 2021

Errar es humano, pero echarle la culpa a otro es más humano todavía

 


 

El título de esta reflexión puede sonar sarcástico y cómico, es más está escrito en una taza que una buena amiga mía de regaló, sin embargo, lo considero realidad porque he sido testigo en primera línea y, no lo puedo negar, también he caído alguna vez en esa “humanidad más avanzada” que se menciona.

 

Hace unos años me encontraba en cierto centro comercial, en el cual pagar con tarjeta me salía más caro que pagar en efectivo, por lo que decidí acercarme al cajero electrónico más cercano para retirar dinero y efectuar mis compras sin perjuicio para mi bolsillo. Estuve en fila, esperando mi turno, cuando una señora, acompañada de su hija y lo que supongo era una amiga retiró dinero. Cuando el proceso terminó, la señora en cuestión se dio cuenta que había retirado efectivo de su tarjeta de crédito, en lugar de su tarjeta de débito. Todo parecía normal, hasta que su hija le comentó que había retirado de su tarjeta de crédito, en lugar de la tarjeta de débito. La señora, cayendo en cuenta de lo ocurrido, comenzó a atacar a su amiga preguntándole por qué no le había dicho antes que había ingresado la tarjeta equivocada en el cajero de autoservicio, a lo que su amiga le respondió que no tenía forma de saber que esa no fue su intención. Las personas se retiraron del cajero para continuar discutiendo en otro lugar, pero lo que llamó la atención fue la facilidad de la dueña de las tarjetas para culpar a otros, como si fuere responsabilidad ajena monitorear y evitar los errores que ella había cometido.

 

Con eso en mente, me puse a pensar que nos cuesta mucho aceptar la responsabilidad de nuestras acciones. Es más fácil decir, hice esto porque las “circunstancias me obligaron o porque “no tuve otra opción”, pero al final, son nuestras acciones las que desatan consecuencias.

 

Alguna vez, he realizado algún acto de culpa compartida con alguien, y ese alguien me ha atacado o exigido que asuma la responsabilidad completa. Incluso en algún momento me dijeron, si te vas a confesar, pide perdón por los dos. Escribiendo estas líneas se me vienen dos líneas de pensamiento. Primero, he sido bastante “generoso” al asumir parte de la culpa que no me corresponde y es más fácil responsabilizar a otros que asumir las consecuencias de nuestros actos.

 

Es común que cuando nos descubren culpables de algo, busquemos excusas: “Yo no sabía”, “No me dijo que estaba casado”, “Nadie me dijo”, “Me obligaron a hacerlo”, “Me engañaron y lo hice”, entre otras justificaciones que nacen en momentos en los que la responsabilidad nos persigue para ser asumida. Un ejemplo se encuentra en la escena de Adán y Eva, en la que cada personaje, en lugar de asumir su responsabilidad, le echó la culpa al otro: primero el hombre a la mujer, luego la mujer a la serpiente, generando una cadena.

 

¿Por qué es tan fácil culpar a otros? Asumo que asumir las consecuencias de lo que ocurrió por alguna de nuestras acciones, voluntaria o forzada, nos aterra. Ya sea por presión social, religiosa o de orgullo, es más humano “delegar” la responsabilidad. Como dicen por ahí, tanta culpa tiene el que mata a la vaca como el que le sujeta las patas.

 

Hace unos días me hicieron recordar sobre el valor de la integridad al aceptar el peso que nos corresponde por nuestras acciones. Esa integridad de carácter no es muy fácil de hacerla rutina, sin embargo, nos enseña que muchas veces preferimos ser agradables que hacer lo correcto. La culpa la tenemos sobrevalorada por la sociedad.

 

De por sí aceptar la culpa hace que nos miren juzgándonos. Podemos cometer un error, pero vivimos en una sociedad perfeccionista en la cual nos aterra que piensen mal de uno. Culpar a otros siempre será la salida más fácil. El hacernos responsables de las consecuencias de nuestros actos, o, mejor dicho, de la parte de culpa que nos corresponde, podemos corregir la situación y aprender lecciones importantes. Una equivocación sincera puede ser perdonada más fácilmente que una excusa.

 

Podemos ser influenciados, pero quien decide tomar alguna acción somos nosotros mismos. Recordemos que más importante que encontrar al culpable, es aprender acerca de nuestras debilidades de carácter y tomar acciones correctivas, cada uno preocupándose por la porción de culpa que nos corresponda.

 

¿Cuántas veces hemos quitado cuerpo? No podemos negar que aprendemos desde pequeños a hacerlo, por ejemplo, cuando se hace una travesura con los amigos y cuando nos descubren nos defendemos diciendo “es culpa de él o ella. Yo solo estuve ahí” y esa enseñanza la llevamos a cuestas a lo largo de la vida: “Ella o Él me sedujo. No es mi culpa”. “Yo no hice nada. Fue su idea.”

 

Cortemos el círculo vicioso y aprendamos la lección más dura, pero a la vez la más útil: Aceptemos la responsabilidad que nos corresponde. Ni más ni menos.