Esto lo escribí el 11 de enero de 2017
Todos hemos pasado por
momentos en los cuales las ovejas que contamos antes de dormir se convierten en
lobos rabiosos, invadidos por el vacío del hambre. Las preocupaciones del día
se acumulan y roban a las personas de aquella tranquilidad necesaria para el
equilibrio reparador. Pero, ¿cómo podemos convertir nuevamente esos
pensamientos a su estado original?
Las
preocupaciones y los miedos del día a día se acumulan. Está de moda guardarse
los sentimientos. “¿Qué van a decir de mí si cuento mis penas?”; “Yo nací solo,
vivo solo, así que son mis problemas”; “Ellos ya tienen suficiente con sus
problemas”, son algunos ejemplos de excusas para no hablar cuando lo
necesitamos. Pero no es culpa de uno solo. Todos tenemos diferentes estilos
para atacar los problemas (con mayor o menor grado de éxito), sin embargo, a
veces no queremos involucrarnos ni comprometernos. Es demasiada
responsabilidad, según pensamos, escuchar la carga de otros: “Ya empezó con su
drama”; “¿Qué puedo hacer yo?”; “Tuve un día pesado”.
La
depresión; el sentirse solo; la preocupación; el desgano; el pesimismo
realista; el suicidio son consecuencias, no causas. La causa está en seguir
insistiendo en disfrazar a los lobos con piel de oveja. El día a día y el
orgullo no nos permiten respirar y buscar una solución, porque olvidamos que no
podemos conseguir una respuesta a un problema con el mismo estado mental en el
que nos encontrábamos cuando ese “imprevisto” apareció.
Muchos
están apoyando una causa noble en contra del suicidio: Están pegando en sus
muros y distintas redes sociales que las puertas están abiertas, que las líneas
están disponibles, que los oídos prestos a escuchar y que los abrazos listos a
entregarse. Me parece que está bien que se hagan estas declaraciones, pero en
algunos casos (enfatizo algunos), son solo palabras. Uno de mis contactos (y
amigos) hizo su versión sarcástica (no deja de ser realista) del post, pero sí
lo cerró con una frase suya: Si quieren evitar estas penas desconectémonos de
las redes sociales y busquemos a las personas con una simple pregunta sincera:
“¿Cómo estás?
A lo largo
de nuestras vidas, muchos hemos tenido ideas destructivas. Que se hayan
concretado o no, son escenarios distintos. Como dije líneas arriba, todos luchamos
de distintas maneras y no todos soportamos todo de la misma forma. En mi
adolescencia contemplé más ideas autodestructivas que la mayoría y reconozco
que algunas veces me costaba mucho más trabajo eliminar a esos lobos vestido de
ovejas (inclusive visitaban algunos lobos sin disfraz). Tuve el apoyo de muchas
personas y puedo decir que me he fortalecido. Los lobos aparecen de vez en
cuando para cazar las ovejas, pero ya aprendí a defenderlas, a mantenerlos
lejos de mi psiquis. En cierta forma agradezco haber crecido en una época
“desconectada”. Las redes nos han ayudado como herramienta, no lo negaré, pero
una computadora o un celular no reemplazarán la calidez de otro ser humano (en
ese sí sentido trato de ser un poco anticuado).
Una sola frase:
“¿Cómo estás?”... solo necesitamos practicar esa frase y realmente escuchar la
respuesta. A lo mejor ayudamos a matar algunos lobos ajenos, y quién sabe,
podamos eliminar algunos propios en el proceso. Desconectemos el plan de datos
o el Wifi y reconectemos los lazos que se han perdido. Y tú, ¿Cómo estás?
DISCLAIMER: La imagen no me pertenece. La encontré en Google. No la uso para obtener beneficio alguno. Solo la utilizo para graficar.
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