Tu pelvis es asaltada por la mía,
tu pecho desnudo se pega al mío.
Damos besos y mordemos mutuamente los labios,
mientras te cuelgas de mi cuello.
Mi hombría lucha
en contra de las inútiles ropas
con el objetivo de sentir tu ser de la manera más pura.
Mi excitación se eleva hasta el firmamento
y tu rostro satisfecho amplia la sensación primigenia.
Nuestras respiraciones
se convierten en suaves gemidos de placer.
Me acaricias el cabello
y yo me adueño de tu ser con labios torpemente expertos en ti.
Tus ojos se cargan de erotismo con cada mirada.
Tus manos recorren mi espalda (dejando marcas de uñas en el
proceso)
mientras que las mías recorren tus muslos.
La lujuria nace del amor.
Nuestros cuerpos se acercan poco a poco
al ansiado clímax al mismo tiempo que perdemos
cualquier rastro de pudor y miedo.
Nuestros cuerpos desnudos
se fusionan en el placer mutuo.
No hay cuartel para la guerra de nuestras lenguas.
El orgasmo llega simultáneamente.
Respiraciones coquetean en éxtasis
mientras mi hombría descansa y tu feminidad se relaja.