En
muchos momentos de nuestras vidas conocemos personas que nos hacen pasar por
ratos incómodos, haciéndonos sentir que lo que hacemos está mal. Estas personas
se encargan de ver cada falla que tengamos o error que hayamos cometido y lo
maximizan. Invariablemente, sentimos humillación y cólera. A falta de una mejor
palabra para definir a estas personas usaré el término némesis.
Los
humanos somos seres competitivos y compartimos el egoísmo del ser vivo: si
vemos a alguien similar a nosotros sentimos rivalidad. Esta rivalidad, se basa
en nuestra aversión a ser reemplazados por alguien mejor. Como humanos estamos
programados para tomar inconscientemente una de dos actitudes: el instigador o
el instigado.
A
pesar del sentimiento repelente que algunas personas y sus personalidades
antagónicas nos puedan inspirar, es necesario verlo desde otra perspectiva y
apreciar a un buen “archienemigo”. Es cierto que nuestros detractores son
prácticamente insaciables en su búsqueda de mostrarnos, según su propio punto
de vista, la manera “correcta” de hacer las cosas, sin embargo, es esa actitud
competitiva que nos define como seres vivos (y por qué no recalcarlo: humanos) la
que nos motiva a ser mejores día a día.
Si
no existiera alguien que nos cuestione o se nos oponga, nosotros siempre estaríamos
en nuestra zona cómoda, es decir nuestro instinto primordial de supervivencia
estaría dormido por no sentirse amenazado. Este instinto nos hace luchar o huir
y es interesante considerar que la mayoría de las veces luchamos.
La
importancia de un buen antagonista en nuestras vidas es similar a la de buenos
aliados o amigos, quizás más. La brutal honestidad con la que nuestros rivales
puedan tratarnos nos harán ver posibles errores, que tal vez nosotros no
podemos ver. Sin quererlo, esos opositores nos presionarán a superar nuestros
propios límites (algunos de ellos autoimpuestos por nosotros).
A
lo largo de nuestra trayectoria, encontramos un rival cuando más lo
necesitamos, sabiendo que no lo hemos solicitado. Ya sea de niños en el colegio
(un poco más sutil por la edad), en la universidad (un poco más cruel por la
falta de empatía) o en el trabajo (la más cruenta de todas, pues es una guerra
profesional). Muchas personas concuerdan que estos adversarios no nos caen bien
porque vemos en ellos algo que no nos gusta de nosotros (alguna manía o
actitud), no obstante, es imposible negar que por esa misma sensación repelente
nosotros nos esforzamos por darles la contra a lo que dicen.
En
otras palabras, necesitamos de los rivales para iniciar esa “chispa” que hará
explotar nuestra adrenalina y así mejorar como personas. Por lo expuesto en
este artículo, concluyo que a pesar que nos guste estar cómodos, es imperativo
que algo nos rete constantemente para salir adelante. ¿Qué mejor para retarnos
que un buen némesis, el cual puede
vernos de una manera que nosotros y nuestros aliados no pueden?
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