miércoles, 25 de febrero de 2015

ÚLTIMAS PALABRAS



Realmente a veces no aprovechamos nuestras últimas palabras, es decir las últimas palabras que decimos a alguien. Por ejemplo, las podemos  desperdiciar diciendo cosas  tan superfluas  como  “dame los vasos”, “¿hiciste la tarea?”,  “¡no hagas  eso!”, etc.   Nos gastamos el tiempo para utilizar estas  frases, pero no aprovechamos ese tiempo para decir cuán importante son en nuestra vida esas  personas especiales  para nosotros. 

 Muchas veces ni siquiera decimos “Te amo “o  incluso a veces ni  nos acordamos de decir  “Cuídate”  y si lo decimos  lo hacemos por reflejo, por una rutina. Nadie sabe lo que pasará en los próximos  minutos, lo cual hace de nuestra existencia algo completamente impredecible.

Es lamentable que lo último que le diga a alguien pueda ser algo tan frio como  “Dame esto”.  Dicen que las cosas importantes, son las que realmente vale la pena demorarse en decirlas, pero, ¿queremos tomarnos ese tiempo?

A veces nuestras palabras  no son frías, si no hirientes.  Cuando nos molestamos con alguien, hablamos por la ira, y casi todas las veces, no pensamos en lo que se puede romper por no cuidar lo que sale de nuestras bocas.

Es válido que nos molestemos, incluso podemos discutir, (siempre es bueno sacar lo que nos molesta) y es cierto que mientras ms amamos a alguien, mayor posibilidad existe de que nos molestemos con ese alguien. No obstante, tenemos el reto de auto controlarnos.
Una palabra, un gesto o una mirada pueden definir todo en nuestra vida. 

La ira y el cariño son las “enfermedades” más contagiosas del mundo. Saltan de corazón  en corazón sin darnos cuenta.  Nosotros podemos elegir cuál de ambas. Cuando peleamos nos cuesta comernos ese orgullo y ceder.

Esta ira, o mejor dicho, este mal trato pueden empujarnos a hacer cosas muy graves, muchas veces acabando en una depresión cuyo final es obvio.

Nadie está  libre de sufrir un accidente, ya sea un ser querido o nosotros, ¿sería agradable que el último diálogo sea una pelea?  ¿Un pensamiento hiriente?  Después nos podemos arrepentir mucho, pero muchas veces no tendrá remedio alguno.

¿Serán nuestras últimas palabras las incorrectas, aquellas que a pesar de las disculpas nunca podremos borrar? O ¿Serán las palabras correctas, a pesar de ser invadidos por la rabia?

Tengan cuidado, pues las palabras son peligrosas o sanadoras, según lo decidamos.
                                                                                   
                                                                                                                    




domingo, 15 de febrero de 2015

Némesis



En muchos momentos de nuestras vidas conocemos personas que nos hacen pasar por ratos incómodos, haciéndonos sentir que lo que hacemos está mal. Estas personas se encargan de ver cada falla que tengamos o error que hayamos cometido y lo maximizan. Invariablemente, sentimos humillación y cólera. A falta de una mejor palabra para definir a estas personas usaré el término némesis.

Los humanos somos seres competitivos y compartimos el egoísmo del ser vivo: si vemos a alguien similar a nosotros sentimos rivalidad. Esta rivalidad, se basa en nuestra aversión a ser reemplazados por alguien mejor. Como humanos estamos programados para tomar inconscientemente una de dos actitudes: el instigador o el instigado.

A pesar del sentimiento repelente que algunas personas y sus personalidades antagónicas nos puedan inspirar, es necesario verlo desde otra perspectiva y apreciar a un buen “archienemigo”. Es cierto que nuestros detractores son prácticamente insaciables en su búsqueda de mostrarnos, según su propio punto de vista, la manera “correcta” de hacer las cosas, sin embargo, es esa actitud competitiva que nos define como seres vivos (y por qué no recalcarlo: humanos) la que nos motiva a ser mejores día a día.

Si no existiera alguien que nos cuestione o se nos oponga, nosotros siempre estaríamos en nuestra zona cómoda, es decir nuestro instinto primordial de supervivencia estaría dormido por no sentirse amenazado. Este instinto nos hace luchar o huir y es interesante considerar que la mayoría de las veces luchamos.

La importancia de un buen antagonista en nuestras vidas es similar a la de buenos aliados o amigos, quizás más. La brutal honestidad con la que nuestros rivales puedan tratarnos nos harán ver posibles errores, que tal vez nosotros no podemos ver. Sin quererlo, esos opositores nos presionarán a superar nuestros propios límites (algunos de ellos autoimpuestos por nosotros).

A lo largo de nuestra trayectoria, encontramos un rival cuando más lo necesitamos, sabiendo que no lo hemos solicitado. Ya sea de niños en el colegio (un poco más sutil por la edad), en la universidad (un poco más cruel por la falta de empatía) o en el trabajo (la más cruenta de todas, pues es una guerra profesional). Muchas personas concuerdan que estos adversarios no nos caen bien porque vemos en ellos algo que no nos gusta de nosotros (alguna manía o actitud), no obstante, es imposible negar que por esa misma sensación repelente nosotros nos esforzamos por darles la contra a lo que dicen.


En otras palabras, necesitamos de los rivales para iniciar esa “chispa” que hará explotar nuestra adrenalina y así mejorar como personas. Por lo expuesto en este artículo, concluyo que a pesar que nos guste estar cómodos, es imperativo que algo nos rete constantemente para salir adelante. ¿Qué mejor para retarnos que un buen némesis, el cual puede vernos de una manera que nosotros y nuestros aliados no pueden?