viernes, 5 de noviembre de 2010

Palabras Héctor Ñaupari sobre " 20 Poetas"

AUTOPSIA DE LAS GENERACIONES LITERARIAS EN EL PERÚ



Palabras de Héctor Ñaupari con ocasión de la presentación del libro Veinte poetas de Iván Fernández Dávila


El bello libro que presentamos, que reúne a veinte jóvenes y excelentes poetas, cuyo prólogo me honré en realizar, representa la ocasión perfecta de abordar el tema de las generaciones literarias en el Perú.


Uno de los tópicos más usados y, al mismo tiempo, criticados por la teoría literaria en el Perú es el concepto de las generaciones. ¿De dónde proviene? Como sostiene Enrique Hulerig en su ensayo sobre el poeta Pablo Guevara, “de acuerdo con la tesis del alemán Julius Petersen, de cuyo ensayo Die literarische generationen (1930) (la generación literaria) procede (de) la teoría generacional de José Ortega y Gasset, mentor de casi todo el establishment literario latinoamericano, y muy particular del peruano”.


¿En qué consiste este concepto? Hulerig sostiene que una generación se halla vinculada a un cambio histórico o, en menor medida, a una experiencia temporal común. En su artículo Sobre generaciones e historia literaria, Carlos García Bedoya resume que, para sus propugnadores, las generaciones se suceden cada quince años, según el autor de La rebelión de las masas, o cada treinta años, de acuerdo con Petersen, siendo determinadas por factores diversos, tales como la coetaneidad, la formación similar, la experiencia generacional común, el liderazgo y el contexto socioeconómico que viven los escritores.


En el Perú, poetas, escritores, críticos y teóricos redujimos el período a diez años, sin el menor sustento teórico ni metodológico. Es más, con el atrevimiento, en el caso de los creadores sobre todo, de ni siquiera haber leído los libros de Ortega y Gasset o Petersen, ni atender sus razones, en el caso de los críticos y teóricos, ellas mismas cuestionables, por lo demás. En otras palabras, si ya era poco apropiado organizar la historia literaria en generaciones de 15 o 30 años, resultaba francamente inaudito hacerlo en apartados de diez años.


Sin embargo, se han escrito centenares de libros, artículos, ensayos, e incluso compendios y enciclopedias para escolares, que abordan, citan, justifican o se refieren al tema de las generaciones literarias divididas por décadas como una verdad incuestionable.


Esta situación pasa olímpicamente por alto la brillante crítica de Enrique Hulerig, en su ya citado artículo: “el método (de las generaciones literarias) no sólo resulta inapropiado e insuficiente para comprender el comienzo y desarrollo de una producción individual de largo aliento o en la que ha habido un prolongado silencio editorial – como es el caso de muchos autores peruanos – sino que suele aportar dosis gratuitas de angustia biológica en los escritores, desubicándolos y haciéndolos sentir marginales (y hasta parias) de su propia obra estelar.


¿De qué manera el método de las generaciones puede explicar la obra de Pablo Guevara, tan distinta tras su silencio de treinta años? ¿O la de José Watanabe, considerado un autor de la generación del 70, pero que comienza a publicar con cierta continuidad libros de mucho éxito más bien a finales del siglo XX?


¿No será, por otro lado, que el método de las generaciones es el que desanimó de seguir publicando a Francisco Bendezú y a muchos miembros de Hora Zero? ¿Puede explicarnos este método la presencia común, dentro de la Generación del 50, de obras como las de Jorge Eduardo Eielson o Javier Sologuren, por un lado, y las de Leoncio Bueno o Gustavo Valcárcel, por el otro?


¿Por qué Mirko Lauer y Abelardo Sánchez León pertenecen a distintas generaciones – 60 y 70 respectivamente – si nacieron el mismo año? ¿Sólo porque el primero publicó su primer poema antes? (…..) Pretender homologar la riqueza de una determinada literatura dentro del rigor del viejo método generacional europeo no sólo es simple sino que es el innecesario filtro positivista que nos hemos autoimpuesto en nuestro afán por estandarizarnos y parecer todos más iguales que de costumbre”.


Creadores, críticos y teóricos también ha desdeñado que el tratamiento de las generaciones ha sido severamente cuestionado por algunos pocos teóricos literarios peruanos, calificándolo, con toda razón, de positivista, inoperante, inconsistente, contradictorio, anacrónico, sobrevalorado, frágil, estrecho y generador de innecesarios conflictos entre los escritores. Lo más grave, en realidad, es que esos mismos pocos estudiosos se contradicen al sostener, a reglón seguido de sus críticas, que este tópico todavía tiene alguna utilidad, con lo cual este tratamiento equivocado se mantiene.


En efecto, el citado García – Bedoya sostiene que: “(estas críticas) no debe(n) llevar de modo necesario a desechar completamente el concepto de generación. Creo que puede tener alguna utilidad si no se sobrevalore su importancia. En particular es un útil sistema para clasificar escritores en etapas recientes, cuando la falta de perspectiva impide distinguir adecuadamente las diversas orientaciones y proponer clasificaciones más finas y productivas. Generación es en todo caso una categoría más descriptiva que teórica”.


¿Por qué esta sinrazón? ¿A qué se debe esta contradicción tan flagrante? Sostengo que por pura adhesión ideológica, contradiciendo el criterio científico, la honestidad intelectual y el mero sentido común. Expliquémonos. La categoría de generación literaria pertenece a la misma familia de postulados arcaicos y acientíficos como el de la clase social. Es, incluso, contemporánea con la llamada “polémica sobre el método” o Methodenstreit, surgida en la Viena de fines del siglo XIX y que se prolonga hasta el primer tercio del siglo XX, donde se debatió acerca de cuál debía ser el criterio metodológico que adoptarían las ciencias sociales para aproximarse a la realidad.


Sucede que ese debate lo ganaron, en el terreno intelectual, los propugnadores del individualismo metodológico, como Carl Menger, Eugen von Bohm Bawerk, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, contra los historicistas, estructuralistas, marxistas y demás colectivistas epistemológicos, que hablaban de clases sociales, razas, etnias, roles de género, naciones y por supuesto, generaciones literarias, como factores determinantes del comportamiento individual.


Contrario a éstos, el individualismo metodológico sostiene que la conducta individual no está determinada por los condicionamientos sociales. Que tales condiciones o estructuras son más bien límites de un espacio dentro del cual los individuos son en gran parte sujetos: ellos gozan de autonomía propia, y evalúan sus opciones más convenientes para actuar, dándoles un valor de acuerdo a su propio criterio y juicio. Si queremos resumirlo en una frase, usemos la del pensador griego Protágoras de Abdera: para el individualismo metodológico “el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son”.


Sin embargo, a pesar de esta victoria intelectual, la consolidación de los regímenes comunistas, socialistas y nacionalsocialistas en la Europa de los treinta, caracterizados – sobre todo los dos primeros – de ser presuntamente científicos, permitió la victoria política de las tesis colectivistas. Los individualistas metodológicos antes citados fueron proscritos y perseguidos, sus libros quemados y sus tesis desvirtuadas y ridiculizadas justamente por quienes fueron vencidos en esa polémica, porque contaban con el respaldo del poder.


La implosión del socialismo realmente existente a fines del siglo XX – profetizado por von Mises en su libro Socialismo de 1922, quemado por nazis y comunistas por igual – debió traer, como necesario correlato, el descrédito del colectivismo metodológico como forma de interpretación de la realidad en todas las ciencias, humanas y sociales. Si bien eso ocurrió con diversas disciplinas, como la economía, el derecho, la filosofía, la epistemología, entre otras, no así con la teoría y crítica literaria, que siguió adhiriendo a los paradigmas del género o la generación, debido a su filiación irremisiblemente socialista.


De allí que la mayor parte de creadores, críticos y teóricos literarios peruanos, socialistas todos ellos, sigan rescatando el tópico de la generación literaria. Al formar parte de su columna vertebral ideológica, lo deben mantener, a la fuerza, a pesar de saberla incorrecta e inútil; justificando o pasando o pasando por alto el ridículo de reducir el plazo de treinta o quince años a una década sin el menor sustento; negándose abiertamente a usar aproximaciones alternativas, aún cuando no se trate del individualismo metodológico; haciendo un sistemático silenciamiento de esas opciones; y, oponiéndose tercamente a todo aquél que siquiera ose mencionarlas.


El hecho cierto que, por ejemplo, ningún candidato a maestría o doctorado en literatura en el Perú haya oído siquiera hablar del individualismo metodológico, que no lo haya aplicado, o que no haya buscado métodos de aproximación a la historia literaria peruana distintos a los arcaicos modelos positivistas de Luis Alberto Sánchez y Alberto Tamayo Vargas, es muestra fiel de lo que venimos advirtiendo. Es más, es responsabilidad de estos creadores, críticos y teóricos literarios, de devota adhesión socialista, que no se use una metodología, epistemología y aproximación distinta, más científica, que interprete mejor la realidad de nuestras letras, y que la saque del estancamiento y sequía que padece en cuanto a estudios serios, y que ¡ellos mismos condenan!


Los veinte poetas de esta Muestra de poesía contemporánea tienen una tarea estimulante y maravillosa: la de terminar, de una vez por todas, con el malhadado paradigma de la generación literaria, en el cual, mea culpa, yo también creí. Los invoco a rebelarse contra el quietismo conservador que busca clasificarlos generacionalmente.


Ya no debe haber más generaciones en la literatura peruana, ni como concepto, ni como método de organización o interpretación, ni como realidad viva. La literatura peruana, como fenómeno social, debe empezar a ser explicada por sus elementos individuales, es decir, únicamente por sus creadores, en sus metas, sus creencias y sus acciones. Tengo confianza en que los veinte poetas reunidos en este muestrario puedan llevarnos, por fin, a esa ruta, de alabastro y oro, de la magnífica literatura, individual, sentimental, plena y vital.


Lima, 29 de octubre de 2010.