El conocimiento se cultiva sin miedo a desaprender,
utilizando la experiencia para ponerlo a buen uso, mientras se potencian las
aptitudes naturales que Dios nos regaló. Sin embargo, la inteligencia sin
humildad nos ciega a lo que nos rodea. La arrogancia y soberbia nos hacen
pensar que somos infalibles y mejores que los demás. Recién cuando aceptamos
escuchar los distintos puntos de vista es que podemos crecer: “La soberbia del
hombre le abate; Pero al humilde de espíritu sustenta la honra.” (Proverbios
29, 23). Se dice que es más fácil perdonar a aquel que está equivocado que
perdonar a aquel que tiene la razón. La ignorancia es peligrosa, es por eso por
lo que no debemos dejar de aprender. “Más bien, crezcan en la gracia y en el
conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡A él sea la gloria ahora
y para siempre! Amén.” (2 Pedro 3, 18). Si enfocamos lo anterior al desarrollo
humano, sería conveniente asociarlo con la mente.
Por otro lado, la empatía y la compasión se asocian al
corazón y son las capacidades, respectivamente, que nos permiten ponernos en el
lugar del otro y tener la intención de aliviarle el dolor o sufrimiento.
“Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de tierna
compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia” (Colosenses 3,12). Pero
la empatía sin responsabilidad puede ser dañina para nosotros mismos ya que la
compasión no significa descuidar el bienestar propio. El capítulo 22 de Mateo y
el 12 de Marcos mencionan que se debe amar al prójimo como a uno mismo, es
decir, se debe tratar a los demás con la misma benevolencia que tenemos
reservada para nosotros sin reemplazarnos. Poniendo un ejemplo del mundo,
cuando viajamos en avión nos explican que, ante problemas en la cabina, debemos
colocarnos a nosotros mismos la mascarilla para respirar antes de ayudar a
otros. No podremos cumplir el plan que Dios tiene para nosotros si nos hacemos
héroes o mártires porque suena bonito. El amor de Dios es para todos y si no
respetamos nuestra propia existencia, con sus necesidades y debilidades, no
estamos en la capacidad de ayudar a otros. Otro ejemplo se da cuando tenemos un
rol o servicio que cumplir, pero decidimos priorizar el apoyo a otros roles. Ayudar
solo por ayudar no es productivo. Esto no quiere decir que abracemos el
egoísmo, solo significa amar al otro como nos amamos a nosotros (ni más ni
menos).
En tercer lugar, menciono la fuerza, que se asocia a la
acción evangelizadora. No obstante, la fuerza se anula si no tenemos
perseverancia en el Señor. Es muy fácil mostrar fortaleza cuando las cosas son
buenas, pero cuando se presentan los problemas o pruebas más exigentes es
cuando la perseverancia en Dios nos hará vencedores. “Entonces clamó Sansón a
Jehová, y dijo: Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego,
solamente esta vez, oh, Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos
por mis dos ojos.” (Jueces, 16,28). Si nos rendimos cuando vienen el fuego y
las aguas no podremos desarrollar nuestro potencial como Dios lo desea. Muchas
veces dependemos solo de nuestra capacidad física pero no entrenamos la
resiliencia ni la perseverancia en el Espíritu. “No temas, porque yo
estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te fortalezco; siempre te
ayudaré; siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.” (Isaías 41, 10).
La fuerza aumenta en estos momentos de perseverancia. Si lo comparamos a un
gimnasio, nosotros aumentamos el peso que podemos cargar poco a poco, no
empezamos de golpe con el máximo peso. Debemos conocer nuestras limitaciones y
perseverar. Me gusta asociar esa fuerza con el entusiasmo que tenemos al
iniciar algo nuevo.
En resumen, para cultivar estos dones debemos templarlos:
El conocimiento sin humildad nos deja ciegos.
La empatía sin responsabilidad nos puede auto lastimar.
La fuerza sin perseverancia nos hace perdedores antes de
empezar la carrera.
Dios en su inmensa sabiduría quiere que cumplamos
nuestros objetivos de mente, corazón y acción. Sé que suena a ficha técnica,
pero aplica a la vida. Dios quiere que seamos felices y para eso únicamente nos
pide que nos dejemos amar por Él y que crezcamos bajo su cuidado. Por eso no
temamos a buscar el conocimiento, a mostrar compasión y a fortalecernos día a
día.