Los dioses de la antigüedad decidieron
abandonar el olvido del cual han sido prisioneros desde tiempos más turbios que los de
ahora. Buscan sacrificios para recargarse y liberarse de sus cuarentenas.
Dionisio, Eros y Afrodita decidieron unirse en
una alianza poderosa: sus atributos divinos aumentarán con cada orgía. Estos
tiempos modernos traen creatividad libidinosa: los calzoncillos arrugados en el
piso al costado de las bragas húmedas; miradas que arrebatan la ropa de los
inocentes; el género se pierde en medio de la necesidad básica de fusionar los
cuerpos con la cera del deseo. Los jadeos serán cantos de coros.
Ares, harto del período de paz, inquieta los
espíritus hiperactivos. No puede creer, aún, que gracias a la tecnología pueda
gestionar nuevos tipos de guerra. Existe un placer sociópata en ver que con un solo botón se pueda
destruir tantas vidas. Es raro no ver la sangre derramada, pero el odio virtual
tiene el sabor de comida rápida.
Apollo lanza profecías de peste y su hermana,
la virginal Artemis, prepara la cacería en el bosque. El eclipse en el cielo
será momento para que ambos gemelos jueguen con
la humanidad. Tendrán juguetes diversos a los cuales podrán ensartar flechas de
oro y plata.
Démeter y Hades no logran conciliar. Los
humanos arruinaron la precisión de las estaciones y Perséfone ha cambiado su
rutina. El invierno y el verano se confunden. Es momento de la cosecha de almas
que dejaron de soñar.
El panteón olímpico en su totalidad busca
reanimar a los fieles, hijos de Prometeo. Todos los dioses, tanto menores como
mayores buscarán saciar la sed de vida que se les generó cuando comenzaron a
perder sus identidades.
Los altares estarán llenos de sacrificios. Los
dioses estarán tranquilos por un tiempo, al menos hasta que las orgías acaben o
las guerras negocien treguas. Los dioses estarán tranquilos hasta que nos
autodestruyamos o que el invierno llegue. Pero el ciclo se repetirá cuando el río Lethe inunde los
océanos y la memoria los vuelva a encerrar.
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