Los humanos tenemos la
fascinación morbosamente masoquista de comportarnos como Ícaro: buscamos ser
libres, pero volamos con alas de cera muy cerca al Sol. Somos capaces de
reconocer que algo nos hace daño, sin embargo, fieles a nuestra naturaleza
terca, continuamos acercándonos a eso que nos perturba.
El Sol de cada uno es diferente.
Para algunos es un vicio que siempre prometemos abandonar, una relación
enfermiza, un juego que no podemos dejar, un objeto que contamina nuestro
organismo, la codicia, la lujuria, la infidelidad, etc. Somos seres racionales,
pero al igual que Ícaro, nos cegamos por la placentera sensación de “volar
libremente” en el agradable calor. Seamos honestos con nosotros mismos, no
hacemos caso a las advertencias de otros con más o menor experiencia: es
nuestra decisión… nuestra vida… nuestra aventura.
Como polillas que se acercan a la
luz, nosotros somos “hipnotizados” por esa aparente inocencia y volamos cada
vez más alto y todos podemos estar de acuerdo que mientras más alto subimos,
más rápida es la caída.
Nuestra consciencia se despierta
en esos momentos en los que la gravedad nos acerca cada vez más al suelo. La
adrenalina generada por la búsqueda de nuestra “libertad” se disipa y
comprendemos que la cagamos y que no podremos reconstruir lo que perdimos
mientras perdimos el control de la situación (en realidad nunca lo tuvimos, todo
fue un espejismo).
Nuestros puntos débiles nos harán
girar en un círculo vicioso. No “subir más alto” es una lucha constante contra
nosotros mismos. Día a día nos ponemos las alas de cera y plumas y tentamos
nuestra fuerza de voluntad. El Sol nos espera en lo alto y nosotros subimos y
bajamos, jugando a ser Ícaro: “No nos lastimará esta vez” es nuestro
razonamiento más común, pero nos damos cuenta que nos equivocamos cuando ya es
muy tarde, cuando la “cera” que se derrite destrozando nuestras alas nos
demuestra otra vez que escogimos la ruina. La lección es bastante difícil de
aprender, pero si no logramos hacerlo, seremos los arquitectos de nuestro
propio final, pues mientras el Sol nos queme más, seremos incapaces de cumplir
nuestro objetivo verdadero.
“Ícaro, no vueles tan cerca al
Sol”- Le dijo Dédalo a su hijo. Él no hizo caso…