El ruido del caótico tráfico
del Centro de Lima opaca los sonidos más sutiles como el del cuchillo cortando
las rodajas de piña en plena calle y el tono gris del cielo combina con el
color de los edificios, todo cerca y a la vez lejos de todo, pero en medio del
caos existe cierta belleza que a veces nos cuesta apreciar.
En medio de las calles transitadas, una comparsa toca una
melodía que tiene una cadencia contagiosa (me atrevería a decir viral) basada
en tambores, platillos y saxos, los neófitos dejan de lado sus agendas y se
mueven, algunos sin darse cuenta, al ritmo de las notas musicales. En muchas
esquinas oímos las voces de aquellos que quieren ganarse la vida entonando
tanto canciones clásicas como las del momento y roban sonrisas a aquellos que
no han perdido la capacidad de asombro ante estos detalles tan pequeños.
La arquitectura local no decepciona a ningún visitante, aunque
el caminante inexperto puede perderse entre las similares estructuras: las
iglesias dominan como palacios las esquinas; los edificios de servicio público
(no puedo dejar de sentir nostalgia por los mecanógrafos que, con su máquina de
escribir portátil, ayudan a los interesados en algún documento cerca al palacio
de justicia, pero eso es otro tema) demuestran su poderío al elevarse entre las
otras edificaciones; los logos de las casas comerciales, todos ellos de un
elegante negro, combinan con los colores tierra y grises de la capital; entre
otros detalles que hacen interesante un paseo por el centro.
Es cierto que las personas viven perseguidas por el inclemente
reloj, pero escuchar las conversaciones entre los turistas, respirar la mezcla
de fragancias (las tiendas de flores, los restaurantes y el olor a las
distintas colonias) o ser testigo de las expresiones de la creatividad peruana
por ser dignos del pan de cada día es gratificante.
Tal
vez el Centro de nuestra capital tenga mala fama: sus calles estrechas, su
tráfico demencial, los rumores que corren sobre las distintas leyendas urbanas
y aquellas manifestaciones espontáneas, sin embargo, es importante que
aprendamos, así como lo hice hace unos días, a percibir esas bondades que a
veces por la costumbre, no notamos.