Y me lo
merezco…siempre alejaba a todos con mis bromas pesadas. ¡Pero no me daba
cuenta! ¿Quién diría que ella sería capaz de hacerme esto? Mejor debería
preguntar ¿por qué no me di cuenta de quién era? Todas las señales estaban ahí:
el vestido verde; las ballerinas; ese moño rubio y ese extraño brillo en su
piel.
¡Ahora ni
yo me puedo tocar! Tocarme las manos sería un avance, estoy inmóvil en esta
piedra mirando el viento acariciar las olas. ¡PERDÓN! No volverá a pasar… Creo
que ella no me perdonará nunca. No está en su naturaleza olvidar tan rápido su
malestar.
Solo le
arrojé pintura roja desde el techo…creo que no le gustó ver su ropa manchada en
pleno baile. Me dijo: “Ahora realmente lastimarás a quien se te acerque”.
Mi cabello
rizado se puso tieso y fino, cambiando de castaño a negro. Cada parte de mi
cuerpo se fue cubriendo de estas pequeñas pero punzantes protuberancias. Me
comencé a achicar y el aire me faltó hasta que ella me puso aquí, bajo el mar.
Ahora puedo respirar mejor, pero sigo sin moverme.
Han pasado
varias noches desde ese baile. El sol brilla fuerte y yo sigo acá, en el mar,
cerca a donde las olas rompen. Ahí viene alguien… ¡OUCH!, cuidado man, esa es
mi espina. ¿No reconoces a un erizo de mar cuando pisas uno? ¡Vuelve! Llévame
donde ella está con su polvo de hadas. Dile que me perdone… ¡VUELVE!
No, no TÚ no debes volver… aléjate gaviota…soy
solo un erizo de mar que antes fue un bromista más… ¡SUÉLTAME! O te clavaré una
espina en el pico… ¡Perdón! No quise manchar tu vestido verde, tu moño rubio y
tus ballerinas con pintura… pero creo que más te molestó que manchara tus
alitas transparentes. Haz que la gaviota me deje…