El fervor con
el que acariciaba las cuentas de su rosario de plástico era enfermizo. Eran
pasadas las tres de la madrugada y la joven de diecisiete años continuaba con
su interminable letanía. No era una oración o plegaria. Se trataba de una sola
frase: ¿Por qué te fuiste?
El rosario
había pertenecido a su madre. Nunca pudo compartir (o entender) la fe ciega que
su madre tenía a los santos, a las vírgenes y a todos los misterios, que
cambiaban de clasificación según el día de la semana. Karina suponía que sí
creía en Dios (o dios), porque no existe mejor forma de demostrar la existencia
de algo que renegando de ese algo.
La muerte
de su madre había cogido por sorpresa a su familia, un año antes, pero Karina
nunca se recuperó. Tuvo que mudarse. No podía sanar en ese departamento
antiguo, rodeada de tantas cosas que recordaban a su progenitora. Tuvo que
ocupar una habitación más compacta (y acolchonada) en una pensión local (por no
decir manicomio).
Los administradores
del local fueron muy amables desde el principio. Le regalaron nuevas prendas
para vestirse. Algunas le quedaban sueltas (a veces tenían que amarrar los
brazos de su blusa blanca alrededor
de su cuerpo). Le hacían olvidar el miedo con un líquido mágico (que era inyectado en el brazo derecho). Dos asistentes le
habían tomado tanto cariño, que incluso la visitaban en su cuarto por las
noches, mientras todos dormían. Ambos hombres charlaban con ella, le
acariciaban el cabello castaño para calmar su estrés y desnudaban n más que sus
almas. Al principio, sus caricias le dolían (ardían), pero con el tiempo ellos
se compenetraron con ella. El dolor
pasó a ser risas entre los tres.
Sus amigos
no la habían visitado esa noche. Su madre invadió sus pensamientos desde
temprano, inquietándola. El líquido mágico
no funcionó por el mismo tiempo que siempre y decidió calmarse como lo habría
hecho su madre: Acariciando el rosario.
El rosario
entre sus dedos descuidados, casi sin uñas (se las mordía a menudo), fue en algún
momento blanco. Ahora el color era plomo debido al uso.
¿Por qué te fuiste?
…
¿Por qué te fuiste?
Odiaba tus estatuas de santos. Recuerdo que
cuando te fuiste, los ojos de tu virgen (o era Virgen) se llenaron de sangre
caliente. Tuve que limpiarla para darle la contra a tus creencias en milagros.
¿Por qué te fuiste? Quería mostrarte un nuevo
juego. Lo aprendí de la nada, jugando con mis hermanitos y luego con papá esa
tarde en la que te fuiste a trabajar o a la misa (no sé…) Quería ver si les
ganabas. La primera ronda del juego y mis hermanitos se rindieron. Papá duró
unas cuántas rondas más, pero al final igual se rindió. Pensé que tú podrías
durar más. Sonaba a risas. Te divertías tanto que lágrimas salían de tus ojos…
Karina
apretó el rosario con fuerza. Afuera se oía el goteo de la lluvia. Sonaba igual
al goteo se escuchó aquella noche que decidió jugar con su mamá, luego de jugar
con su papá, después de jugar con sus hermanitos. Esas gotas afuera sonaban
igual (pero más fuerte) que las gotas que cayeron del cuchillo y mancharon a
esa virgen, que no dejaba de mirarla con los ojos llenos de líquido rojo.
¿Por qué te
fuiste? Yo solo quería jugar, mamá.
BYE...
DISCLAIMER: La historia nació en mi cabeza, durante una clase. Imágenes que entraban y salían. La foto que utilizo no me pertenece. La encontré en http://browse.deviantart.com/?q=white+rosary&offset=24#/d1a6u7z