El 8 de Diciembre 2009, en la Noche de Barranco (Tengo algo con el Distrito, ¿no?) se presentó la antología "La Imagen de las Palabras", Héctor Ñaupari comentó las siguientes palabras al momento de presentar.
"Me resulta especialmente complicado empezar esta presentación pues me invade la desazón de no poder evocar el encanto y la magia que la vista de estos dibujos magníficos y espléndidos poemas ha suscitado en mí y, estoy seguro, logrará también en ustedes.
Hoy presentamos un libro muy especial, por su carácter mestizo, cómplice, de infidelidades mutuas y nada solapadas pasiones. La imagen de las palabras es un singular recorrido de trazos y sílabas, de versos y significaciones, de cooperación interinstitucional – si queremos adoptar el tono solemne y algo absurdo de los Estados – entre la pictórica y la poesía.
La relación entre ambos géneros príncipes no estuvo exenta de escándalos y vicisitudes, como toda en la que las pulsiones más íntimas, las más recónditas, se enfeudan. Ese señorío se concentra de modo total en La imagen de las palabras.
Lo que el libro bajo comentario nos muestra es, en más de una manera, una relación incestuosa: hijos de hermanos, como la evocación y el talento, como la creación y la ruptura, la poesía y la pintura se fecundan mutuamente, llevando una preñez agolpada y tumultuosa, y un nacimiento siempre turbulento. Así ha sido el origen de La imagen de las palabras.
No es curioso ni casual que el momento de tomar este camino, el que hace toda la diferencia, como en el poema de Frost, sea el mismo: el apasionado y difícil mundo de la primera juventud.
En el momento mismo en que somos víctimas de las crueldades de los mediocres de siempre, de los ayunos de talento, de los huérfanos de la visión, es que decidimos vengarnos de todos ellos, del mundo mismo, con lápices o pinceles.
Aquella decidida explosión de instintos, revanchas cobradas a la vida y a los enemigos que ella nos ha puesto delante, con los retos e incertidumbres que nos pueblan, hace nuestro arte. Esto es lo que se hace en La imagen de las palabras.
Esa manifestación habita entre nosotros, hurtando el texto del precioso libro de Watanabe. Nos incendia el alma. Nos vuelve viles juguetes del frenesí, de la fantasía, del terror. Lo que hacemos nos ha dado el diáfano obsequio sobre el cual escribió el autor de Fausto, el de una vocación que nos escolta y cela durante toda la vida.
Y nos da, andando el tiempo, un deseo irreductible, una tenacidad sostenida por pintar o escribir lo que nuestros pálpitos nos empujan a expresar, y aún más: nos dará un savoir faire que sólo podemos poseer por su intermedio.
Y lo poseemos como se hace con un o con una amante que completamente estamos seguros de abandonar, sin decírselo: huyendo, transfigurados, exánimes, hasta que descubramos que nada puede detenernos.
El arte nos convierte en unos avecindados en el mundo, como Jay Gatsby en la novela de Fitzfgerald. Nos condena a los amores insospechados e insomnes, pues, reescribiendo a Proust, las mujeres hermosas prefieren a los hombres sin imaginación ni talento.
Nos impone morir en el Sena de hambre, como Modigliani, o en el silencio de las oficinas judiciales o municipales como Kakfa o Kavafis, sin una oreja, como Van Gogh, o torturado por el mal francés y la miseria a pesar del bellísimo atardecer de Papeete, como Gaugin.
Pero esa moneda tiene otra cara, que aparece en La imagen de las palabras: un apetito voraz por otras vidas, por sus experiencias, y un conflicto entre la universalidad y el individualismo, entre la libertad de los antiguos y la de los modernos, al decir de Benjamin Constant, entre vivir todas las vidas o hacer de la propia algo único y sin igual.
Me dirijo ahora a los autores de La imagen de las palabras. La presencia de la mayor parte de los artistas hoy con nosotros resulta, como siempre, especialmente grata. A través de La imagen de las palabras seguimos el fondo sin forma de los ritmos estelares de la luz de Juan Pablo Mejía, somos un abismo pleno y fecundo de soles con Verónica Cabanillas, empuñamos furiosos el cuchillo de Rodolfo Ybarra, damos una puntada al hilo delicado de color carmesí de Vilo Arévalo, alimentamos con nuestra carne al cuervo negro, brillante y pesado de Anahí Vásquez de Velasco, nos cobijamos en el silencio imaginado de la boca de Carla Astoquilca, o disfrutamos callados el concierto in crescendo de su cuerpo agotado de sudor.
Vagamos por el placer clandestino de Lena Luna, reclamamos los minutos empeñados a un alma eterna junto a Francisco León, encendemos la hoguera de la doncella de Orléans, o la salvamos, con un halo de luz que aparezca en medio de la penumbra, como lo hace Zadith Vega, nos sentimos puros y livianos como los ángeles iluminados de Wilver Tineo, caemos con Valia Llanos, por no tener pies, tenemos los ojos indemnes de Miguel Vílchez (vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Miguel, como en el verso de Pavese), y aprendemos a novelar en la prosa del afecto de Javier Cusquisibán.
Termino.
Si tuviera que dar cuenta de La imagen de las palabras diría que es un libro en el que las pasiones se ven iluminadas por los dibujos y poemas, que no es otra que la luz que sus propias pasiones generan.
El destino de las creaciones que recorren sus páginas cumple con la única verdad que conozco en la literatura y el arte: la verdad emocional, la verdad que subyace a los actos y los determina cualquiera que sea la circunstancia en la que se encuentren esas creaciones y cualquiera que haya sido el tiempo transcurrido desde que su origen y la aceptación o rebeldía frente a su destino.
Los textos y dibujos de La imagen de las palabras son hijos de una necesidad que yo mismo desconocía hasta que se fueron descubriendo ante mis ojos, son poemas que tratan de saldar antiguas hipotecas con algunos grandes autores que nos enseñaron que no existe discusión posible cuando una persona siente o sufre, busca o se interroga, que no existe confusión al concretar una opción entre todas las posibles para el mundo en el que se desenvuelven nuestras creaciones, porque como cuando nuestros hijos crecen, parten, nos abandonan, nuestras creaciones están vivas y deben elegir irreversiblemente su destino, su criterio, su prosperidad o su hundimiento.
Y esto es todo.
Muchas gracias. "
A eso sumarle que nos pidieron recitar un poema a cada escritor. Yo leí Prisionero
Bye